1. Charles Darwin

“La muerte ya no es el enemigo del hombre, como la ha presentado la cristiandad, sino su glorificación -al contrario que el pensamiento de Pablo en su Carta a los Corintios, se señala- y desde luego la gran fuerza de progreso, porque las muertes de muchos individuos pueden convenir a la especie -y no sólo a efectos de selección-, o a la sociedad estructurada con carácter científico”. Hellwal. Citado por José Jiménez Lozano, escritor. Premio Cervantes 2002 (ABC, 04/03/06)


Charles Robert Darwin, hijo de Robert y Susannah Darwin, nació el 12 de febrero de 1809 en el seno de una familia pudiente, con todo lo que ello significa en cuanto a comodidades y privilegios; y esa riqueza, que él incrementaría considerablemente gracias a una vida de frugalidad, le permitiría convertirse en uno de los pensadores más influyentes de la historia: el hombre que formuló la teoría de la evolución.
Robert Darwin, su padre, era un librepensador, hijo del renombrado poeta, doctor, librepensador, disidente y libertino Erasmus Darwin. Su madre, Susannah, era la hija del famoso y próspero Josiah Wedgwood, fabricante de porcelana fina y miembro de la Iglesia unitaria. Cerniéndose sobre Inglaterra la sombra de la Revolución francesa, que había comenzado exactamente dos décadas antes, los librepensadores unitarios – disidentes de la Iglesia Anglicana – y todos los que tenían tendencias más democráticas se habían convertido en objeto de sospecha, de modo que Robert y Susannah consideraron que lo mejor era bautizar a Charles en la Iglesia anglicana de Saint Chad, el 17 de noviembre. Sin embargo, aún así Susannah permaneció fiel al unitarianismo de su familia paterna, y los domingos llevaba a Charles a iglesias unitarias. Murió cuando su hijo tenía sólo ocho años. Las hermanas de Charles ocuparon el lugar de su madre.
Desde muy pronto, el joven Charles fue un ávido coleccionista de todo tipo de especimenes, y prefería pasar las horas en el laboratorio de química que había improvisado en los establos antes que estudiar los clásicos griegos y latinos que estaban prescritos para la educación de los niños de su clase social. También le encantaba cazar. No puede sorprender, por tanto, que sus logros en el colegio no fuesen precisamente estelares. “¡No te importa nada más que cazar, los perros y coger ratas!”, bramaba con ira su padre. “¡Serás una deshonra para ti mismo y para toda tu familia!”. El remedio que su padre médico le recetó fue convertirlo en médico, hijo y nieto de médicos, de modo que a los dieciséis años Charles se encontró visitando pacientes junto con su progenitor.
Para los estudios universitarios, Robert Darwin decidió enviar a Charles a Edimburgo, donde se uniría a él su hermano mayor, Erasmus. Edimburgo era el lugar donde los disidentes con recursos, que no eran admitidos en Oxford o Cambridge porque no suscribían los treinta y nueve artículos de la Iglesia de Inglaterra, podían cursasr los estudios de medicina. Charles y Erasmus llegaron a Edimburgo en octubre de 1825. Allí Charles se comprometió en mayor medida con las causas políticas más queridas del partido whig, incluyendo la libertad religiosa (frente a la Iglesia de Estado), la extensión del derecho de voto, la competencia abierta entre todos, de modo que prevalezcan los mejores (en lugar de posibilitar el acceso a los privilegios sociales sólo a los aristócratas), y la abolición de la esclavitud.
Pero Charles no estaba hecho para los estudios de Medicina. Lo que no le aburría, simplemente le horrorizaba. Las disecciones le resultaban desagradables, pero lo que verdaderamente le llenaba de terror eran las salas de operaciones, sucias y sin anestesia; tras presenciar una chapucera operación practicada a un niño, Charles no volvería a entrar nunca más en un quirófano. Consiguió superar mal que bien el primer curso, animado únicamente por la clase de Química y por el aprendizaje de la taxidermia, que realizó codo con codo con un esclavo liberto.
Al llegar su segundo año en la Facultad de Medicina Darwin ya se había desentendido casi completamente de la formación que debía recibir. En lugar de apuntarse a los cursos obligatorios siguió sus intereses personales, y muy pronto se encontró bajo la tutela de Robert Grant, un brillante iconoclasta, experto en esponjas y firme defensor de la evolución (o la transmutación, como en aquel momento se decía). Grant, que era francófilo, s ehabía empapado de la teoría de la transmutación de Jean-Baptiste Lamarck y Etienne Geoffrey Saint Hilaire, de modo que enseguida Darwin se encontró leyendo a Lamarck (aunque su francés era bastante pobre), estudiando todo tipo de pájaro, animal o criatura marina sobre la que pudiese poner las manos y estudiando también Geología.
En ese año académico le propusieron formar parte de la Sociedad Pliniana, que se reunía regularmente para discutir todo tipo de cuestiones. El hombre que propuso a Darwin, William Browne, era un materialista radical, y la misma noche de la presentación de Darwin ante la Sociedad, después de que éste pronunciase una charla sobre los invertebrados marinos, tomó la palabra para argumentar que la mente, más que una faceta del alma inmortal, no era sino la actividad del cerebro. El alma, por supuesto, no existía. No es necesario decir que la charla de Browne fue públicamente censurada, pero sin duda causó una honda impresión en Charles, porque casi medio siglo después éste argumentaría cosas muy parecidas en El origen de l hombre.
Darwin no llegaría a acabar los estudios de Medicina, pues abandonó definitivamente la facultad en la primavera de 1827. Pero durante su corta estancia en ella se había sumergido en todos los aspectos fundamentales de la teoría de la evolución y de la visión materialista de la naturaleza que subyace a ésta.
Como cabía esperar, esto no agradó a Robert Darwin, que decidió que si su hijo se iba a dedicar a jugar al naturalista aficionado, no estaba capacitado más que para la vida del pastor rural, una posición de privilegio en la Iglesia de Inglaterra para hijos de familias pudientes sin aptitudes para ganarse la vida de otra manera. A Darwin no le desagradaba la idea de regentar una parroquia rural, un cargo que exigía un mínimo de rigor doctrinal pero que le proporcionaría el máximo de tiempo y oportunidades para desarrollarse como naturalista. Así, a principios de 1828 llegó a Cambridge para incorporarse como estudiante al Christ´s Collage: el hijo del librepensador se había reconciliado con la necesidad de jugar conforme a las reglas vigentes en una sociedad dominada por el anglicanismo.
En Cambridge, si bien surgió en él una cierta pasión por la teología, se manifestó con toda su fuerza su pasión latente por el coleccionismo de escarabajos, que le hizo sumergirse en la impresionante variedad de especies de ese género. También estudió las Evidences of Christianity (Pruebas del cristianismo), de William Paley, quedando muy impresionado por el famoso argumento de Paley según el intrincado orden de la naturaleza necesariamente exige un Diseñador. Sin embargo, en poco más de una década el asombroso número de variedades de las diversas especies, incluyendo el escarabajo, llevarían a Darwin a rechazar los argumentos de Paley porque – así acabaría razonando – ciertamente Dios, no había creado todas y cada una de las mínimas gradaciones de variedades de escarabajo.
A pesar de que Darwin no consiguió apasionarse especialmente por la teología, fue capaz de conseguir la licenciatura de Filosofía y Letras en 1831. Para entonces, su pasión por la ciencia no tenía prácticamente límites, de modo que se volcó en el estudio de la Botánica, especialmente la Geología. Este celo haría que rápidamente le ofreciesen un puesto como naturalista en el buque Beagle, acompañando al capitán Robert FitzRoy en una exploración de la costa sudamericana. Después de mucho retraso, el Beagle zarpó el 27 de diciembre de 1831.
En su viaje, Darwin encontró fósiles gigantes de animales extinguidos; se encontró con pueblos salvajes que, a su juicio, apenas podían distinguirse de las bestias; leyó e hizo suyas las argumentaciones geológicas de Charles Lyell, según las cuales, y a diferencia de lo que afirmaba entonces el pensamiento cristiano, el mundo no tenía simplemente seis mil años, sino millones; y había aceptado en buena parte la explicación evolutiva de su antiguo profesor Robert Grant sobre la aparición de nuevas especies, incluida la humana. En octubre de 1836, casi cinco años después de su partida, Darwin volvió a casa transformado en un hombre nuevo.
Fue recibido como un joven héroe de la ciencia. Había enviado cajas y cajas de especimenes a Inglaterra, incluyendo una maravillosa colección de enormes fósiles, y fue casi inmediatamente elevado a los aristocráticos dominios de los naturalistas de prestigio. La única dificultad estaba en que los naturalistas de prestigio, en aquel tiempo, no propugnaban la evolución (ni las causas políticas whig). La evolución era la teoría que defendían los ateos, los demócratas y los más radicales disidentes de la ortodoxia anglicana. Así, Darwin se encontró atrapado en una curiosa situación: sus verdaderas ideas eran radicales, pero su pretigio dependía del rechazo de ese radicalismo.
Ante ese dilema, comenzó a vivir una doble vida intelectual: se movía en círculos aristocráticos y contrarios a la evolución a la vez que, privadamente, trabajaba de forma febril en los detalles de su explicación de la evolución. Estaba convencido de que la mente humana era completamente material, de que los seres humanos habían evolucionado a partir de algún tipo de antepasado similar al mono y de que la moralidad misma no era más que un producto de la evolución. Muy pronto, la ansiedad derivada de esta doble vida comenzó a cebarse sobre su salud, de modo que con frecuencia se veía incapaz de trabajar y obligado a permanecer en cama como un inválido.
Y todo esto, antes de haber cumplido los treinta años; veinte años antes de la publicación, en 1859, de su obra El origen de las especies, donde por primera vez hizo públicas sus teorías sobre la evolución, y más de treinta años antes de desarrollar, a la vista de todos, las ramificaciones de la evolución de los seres humanos en El origen del hombre, publicado en 1871.
En noviembre de 1838 propuso matrimonio a su prima Emma Wedgwood. Ella aceptó, y se casaron en enero del año siguiente. Desde el primer momento, Darwin confesó a Emma su materialismo, su creencia en la transmutación y sus dudas con respecto al cristianismo (incluso en sus formas más debilitadas, como el unitarismo de Emmma). Todo eso causó gran preocupación a su esposa. Pero Emma no era radical, por lo que no temía que las opiniones de su esposo le apartasen de la sociedad científica respetable, sino que le llevasen a privarle de pasar la eternidad con ella. Aun así, y a pesar de esta profunda discrepancia y de las continuas enfermedades de Darwin, su matrimonio fue feliz y fructífero. Tuvieron diez hijos, de los cuales sobrevivieron siete. Resulta interesante reparar, dados sus argumentos sobre la supervivencia de los más aptos, que todos sus hijos tuvieron una salud bastante débil.
Esta larga introducción biográfica nos ha puesto de manifiesto varias cosas muy importantes sobre Darwin y, por tanto, sobre el darwinismo. En primer lugar, en contraste con las hagiografías sobre su trayectoria científica de las que surgen los relatos más extendidos sobre él, Darwin no fue un pionero intelectual. La teoría de la evolución no fue descubierta por él en las islas Galápagos: esa teoría ya gozaba de buena salud y era bien conocida en Inglaterra antes de que Darwin pisara el Beagle. Darwin ayudó a ponerla a punto, pero no la “descubrió”. Segundo, desde muy pronto Darwin tuvo conciencia de las implicaciones más radicales de la teoría de la evolución aplicada a los seres humanos; sin embargo, evitó decir nada al respecto en su obra más famosa, El origen de las especies. ¿Por qué? Sabía que, si lo hacía de forma explícita, su teoría sería arrojada al fuego y él mismo sería perseguido junto con los demás evolucionistas, como Robert Grant.
Este segundo punto es especialmente importante. A la hora de hacer un juicio sobre Darwin y el darwinismo, los historiadores generalmente han distinguido entre sus argumentaciones sobre la evolución tal y como están expuestas en El origen de las especies y lo que habrían sido aplicaciones erradas de esa teorías en el reino de la moralidad humana por parte de los autoproclamados seguidores de Darwin en la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Se nos asegura que lo único que Darwin pretendía era exponer de forma revolucionariamente científica el modo en que las nuevas especies surgieron en la naturaleza, a partir de las anteriores. Los que extrapolaron los aspectos más crueles de la supervivencia de los más aptos, el motor de la evolución en la naturaleza, al reino de los asuntos humanos no eran seguidores de Darwin, se nos dice, sino personas que lo malinterpretaron. Conforme a este relato estándar, por lo tanto, el crecimiento del movimiento eugenésico por toda Europa y América después de Darwin, un movimiento que floreció de forma particularmente infame en la Alemania nazi, representaría una aberración desviada de la pureza del relato científico de Darwin: un caso arquetípico de mal uso de la ciencia para convertirla en pseudociencia.
Pero esta explicación, tan común entre los historiadores, es simple y llanamente falsa. Darwin era consciente de las implicaciones de la teoría evolutiva en su aplicación, tan común entre los historiadores, es simple y llanamente falsa. Darwin era consciente de las implicaciones de la teoría evolutiva en su aplicación a los seres humanos, y las aprobaba, pero como hemos dicho antes, esperó a 1871 para publicarlas en El origen del hombre. Lo cual fue muy prudente por su parte, porque, después de estudiar la aplicación que el propio Darwin hacía de su teoría de la evolución a la naturaleza humana, veremos cómo los resultados fueron bien impactantes. Darwin no era sólo un eugenista, también era un racista y relativista moral. De este modo, para entender todo lo que significó el darwinismo para la actual Cultura de la Muerte, debemos ocuparnos del su libro El origen del hombre.
Es necesario repetirlo: los argumentos vertidos en El origen de las especies proporcionaron los cimientos teóricos de la explicación evolutiva de la moralidad que realiza Darwin en El origen del hombre. En ésta última obra, Darwin partía de que la evolución era un hecho, y pretendió a partir de ahí explicar (entre otras cosas) cómo las diversas concepciones morales podrían haber evolucionado a través de la selección natural, de la misma manera que en El origen de las especies explicaba cómo la selección natural podía haber hecho surgir la gran variedad de especies existentes de animales y plantas. Al hacer eso, estaba sustituyendo el relato cristiano del Derecho Natural y de la moralidad, que había formado la base de la cultura cristiana durante más de un milenio y medio, por un nuevo relativismo moral fundamentado en la evolución.
Para Darwin, en contraste con la teoría de la moral basada en el Derecho Natural, las “facultades morales del hombre” no eran originales e inherentes a él, sino que habrían evolucionado a partir de “cualidades sociales”, y éstas tampoco serían originadas, sino adquiridas “a través de la selección natural, ayudadas por los hábitos heredados”. Igual que la vida surgió de elementos no vivos, la moral surgió de elementos no morales. Por tanto, ya desde el principio Darwin rechazaba los argumentos sobre el Derecho natural del estoicismo y del cristianismo, según los cuales los humanos eran seres morales por naturaleza. En lugar de eso, asumió que los seres humanos eran por naturaleza asociales y amorales y que sólo se habrían convertido en sociales y morales históricamente.
Por ser más exactos, para Darwin el hombre hubo de convertirse primero en un ser social para, posteriormente, poder convertirse en un ser moral. Pero, ¿cómo nos convertimos en seres sociales? “Para que los seres primitivos, o los progenitores simiescos del hombre, se convirtiesen en seres sociales”, razonaba Darwin, “deben haber adquirido los mismos sentimientos instintivos que impulsan a otros animales a vivir en cuerpo social”. Estos instintos no eran algo particular de los seres humanos ni de sus “progenitores”, ni eran naturales en el sentido de estar incorporados a esos seres desde el principio. Los “instintos sociales” del hombre (como los de otros animales sociales) eran el resultado de variaciones en el individuo que suponían algún tipo de ventaja para la supervivencia. Los que nacían con instintos sociales más fuertes se unían con otros formando tribus más fuertes, más homogéneas y más efectivas. Los que nacían con poco o ningún instinto social resultaban eliminados en la lucha por la supervivencia.
“Las personas egoístas y que despreciaban a los demás no podrán establecer relaciones sólidas entre sí, y sin esas relaciones no puede llevarse nada a cabo”. Por encima y más allá de los instintos sociales, los particulares instintos “morales” (tales como la fidelidad y el valor) superaron la selección natural porque beneficiaban a la tribu en su conjunto, en cuanto que hacían que se “desarrollase y se impusiese sobre otras tribus” en las “incesantes guerras de los salvajes”. Igual que con los demás animales, esas luchas no conocen descanso. Con el paso del tiempo, cada tribu “acabaría, si debemos juzgar a partir de toda la historia del pasado, siendo a su vez vencida por otra tribu mejor dotada”. A través de esta batalla natural de tribu contra tribu, “las cualidades sociales y morales tenderían lentamente a avanzar y a difundirse a través del mundo”. Particularmente, el desarrollo evolutivo de las cualidades morales que los seres humanos han acabado teniendo dependió esencialmente de una larga historia de incesante conflicto entre diferentes tribus en competencia por unos recursos insuficientes; de este modo, el “progreso” evolutivo de la moralidad no podía haberse producido “si el ritmo de crecimiento (de las poblaciones en las tribus) no hubiese sido rápido y la consiguiente lucha por la existencia (no hubiese sido) severa hasta un grado extremo”.
Lo que llamamos “conciencia” fue también el resultado de la selección natural. Darwin la describió como un “sentimiento de insatisfacción que se produce de forma inevitable (…) a partir de cualquier instinto no satisfecho”. Dado que “los instintos sociales más permanentes” fueron más primitivos y por tanto más fuertes que los instintos desarrollados con posterioridad, los instintos sociales habrían sido la fuente de nuestros sentimientos de intranquilidad, cuando alguna acción nuestra los transgredía. En lugar de ser una luz divina que guía nuestras decisiones, la conciencia sería simplemente un recordatorio evolutivo de un instinto anterior más profundamente arraigado.
Esta explicación evolutiva de la moralidad proporcionaba un fundamento aparentemente científico para el relativismo moral: dado que la conciencia humana surgió como un accidente de la selección natural, no tenía por qué surgir de ninguna manera en particular. Como sucede con el color de las mariposas o los hábitos de apareamiento de determinados pájaros, cabían múltiples variantes, y dado que la evolución continúa, seguirán apareciendo nuevas variaciones de la conciencia. Por consiguiente, ninguna variedad particular de conciencia puede ser considerada mejor o peor que otra. De hecho, la selección natural es la que juzga por nosotros, porque la conciencia de cualquier grupo superviviente ya ha sido considerada digna por el único criterio de la evolución: la supervivencia.
Dado que la conciencia, tal y como la experimentamos, podría haber sido conformada por la evolución de forma muy diversa en función de las diferentes necesidades que impulsaron a nuestros ancestros en su lucha por la supervivencia, seguiría siendo conciencia incluso si nos dijese que son buenas cosas que ahora consideramos malas. Como el mismo Darwin decía a los lectores: “No pretendo sostener que cualquier animal estrictamente social, si sus facultades intelectuales hubiesen de llegar a ser tan activas y altamente desarrolladas como las del hombre, llegaría a adquirir exactamente el mismo sentido moral que nosotros”.

“Si, por tomar un ejemplo extremo, los hombres creciesen exactamente en las mismas condiciones que las abejas en las colmenas, difícilmente podría dudarse de que nuestras hembras solteras considerarían, como las abejas obreras, un deber sagrado matar a sus hermanos, y las madres lucharían por matar a sus hijas fértiles; y a nadie se le ocurriría interferir. Sin embargo la abeja, o cualquier otro animal social, en nuestro supuesto adquiriría, me parece, algún sentimiento de lo que está bien y de lo que está mal, es decir, una conciencia. Porque cada individuo tendría una cierta convicción íntima sobre cuáles son sus instintos más fuertes y duraderos, y cuáles los menos; de modo que a menudo se entablaría en su interior una pugna respecto a qué impulso seguir; de lo cual surgiría un sentimiento de satisfacción o insatisfacción (…) En este caso, un control interno indicaría al animal que habría sido mejor haber seguido un impulso y no otro. Uno sería el correcto, el otro el incorrecto”. Charles Darwin. El origen del hombre.

Pero no necesitamos considerar sólo ejemplos ficticios. Tal y como Darwin dejó claro en sus análisis de las diversas “especies” de moralidad humana, esa variabilidad de hecho se expresa a través de la historia natural de las moralidades humanas tal y como evolucionaron en la realidad. Esto explicaría por qué, por ejemplo, muchas sociedades han tolerado el infanticidio, mientras otras lo han condenado. La diferencia no reside en la actuación conforme a estándares morales extrínsecos, sino en las diversas condiciones para la supervivencia de las distintas poblaciones humanas.
Por supuesto, si la moralidad ha quedado reducida a lo que resulta ser útil en determinadas condiciones para la supervivencia del grupo, conforme las condiciones cambian lo que ha demostrado ser beneficioso para la supervivencia puede igualmente dejar de serlo. Por tomar un ejemplo: Darwin informaba a sus lectores de que el matrimonio monógamo era un fenómeno evolutivo relativamente reciente, y se planteaba seriamente si bajo las condiciones de su tiempo la monogamia ya habría agotado sus méritos evolutivos y era por tanto perjudicial para las supervivencia de los más aptos.
Dada la crueldad del mecanismo de supervivencia de los más aptos y su intrínseca falta de finalidad, podría parecer extraño que Darwin al mismo tiempo creyese que, en cierto sentido, la evolución era moralmente progresiva. Ésta habría dado a la humanidad (o al menos a sus más altas formas) un “amor desinteresado hacia todas las criaturas vivas”, que se extendía “más allá de los confines del hombre (…) hacia los animales inferiores”. Darwin consideraba tal simpatía “el más noble atributo del hombre”.
Pero aunque pueda sonar bien, la elaboración de este ranking de cualidades morales producto de la evolución tuvo consecuencias desastrosas. Para empezar, permitió a Darwin, en cuanto naturalista ser racista. Argumentaba que, si partimos del criterio de la simpatía (y de la capacidad intelectual), las “naciones occidentales de Europa (…) sobrepasan a sus antiguos progenitores y están en la cumbre de la civilización”. Paradójicamente, esta superioridad evolutiva (incluyendo esa simpatía) sólo pudo ser adquirida mediante la lucha brutal entre las razas por la supervivencia, una lucha que estaba lejos de haber concluido. De ahí que el progreso moral conllevase la exterminación de las razas “menos aptas” a manos de las más dotadas o avanzadas.
La inevitabilidad del exterminio racial fue una derivación directa de los argumentos evolutivos de Darwin en El origen de las especies (el título completo de la obra era El origen de las especies a través de la selección natural o la preservación de las razas más dotadas en la lucha por la vida), las diferentes razas o variedades de cualquier cosa creada a partir de la selección natural resultaban necesariamente, y de forma beneficiosa para ellas, condenadas a la más severa lucha por la supervivencia precisamente debido a su misma similitud.
Tal y como Darwin argumentaba En El origen de las especies,

"(…) las formas que mantienen una competencia más cerrada con las que están en curso de transformarse y de mejorar, naturalmente sufrirán más. Y (…) son las formas más próximas – las variedades de una misma especie y las especies del mismo género o de géneros relacionados – las que, por tener prácticamente la misma estructura, constitución y hábitos, generalmente entrarán en la competencia más acerba con la otra; consiguientemente, cada nueva variedad de una especie, durante el proceso de su conformación, generalmente presionará más duramente a su pariente más cercano, y tenderá a exterminarlo”.

Este argumento podía ser aplicado directamente a su valoración de la historia evolutiva de las razas humanas, y a la extinción necesaria y beneficiosa de las “menos favorecidas”:

"En un futuro, no muy distante si lo medimos por siglos, las razas civilizadas del hombre exterminarán y reemplazarán, con casi total seguridad, en todo el mundo a las razas salvajes. Al mismo tiempo los monos antropomórficos (esto es, los que se parecen más a los salvajes en su estructura) (…) sin dudad serán exterminados. Entonces la brecha será más ancha, porque separará por un lado al hombre en un estado más civilizado, debemos esperar (…) que el hombre blanco, y por otro a algún mono inferior, como por ejemplo el babuino, en lugar de separar, como sucede en el presente, al negro o al aborigen australiano por un lado y al gorila por otro”.

Independientemente de que Darwin estuviese en contra de la esclavitud – y hay que entender que lo estaba, dada su formación unitaria –, estas palabras son suyas. Lo son, fuesen cuales fuesen sus grandiosas afirmaciones sobre las cualidades morales del hombre. Y estas palabras no pueden ser más claras. Conforme a las leyes de la selección natural, la raza europea emergerá como la especie más característica del homo sapiens, y todas las formas de transición – el gorila, el chimpancé, el hombre negro o el aborigen australiano – resultarán extinguidas en el curso de la lucha por la supervivencia.
Por supuesto, la selección natural no sólo opera entre razas, sino también entre los individuos dentro de las razas. Expresando una queja que posteriormente sería común entre los eugenistas, Darwin sostenía que el hombre salvaje tiene una ventaja sobre el civilizado. En el salvaje, las cualidades intelectuales y morales no están tan desarrolladas, pero eso también supone que los salvajes disfrutan de los “beneficios” directos de la selección natural sin que éstos estén aguados por sentimientos de compasión. “Entre los salvajes, los más débiles de cuerpo o de mente resultan rápidamente eliminados, y los que sobreviven generalmente exhiben un vigoroso estado de salud”. No sucedía así, se lamentaba Darwin, con respecto a sus conciudadanos europeos. Los hombres civilizados “entorpecen el proceso de eliminación: construimos asilos para los imbéciles, para los lisiados y para los enfermos; promulgamos leyes para los menesterosos; y nuestros profesionales de la medicina ejercitan toda su habilidad para salvar la vida de cada persona hasta el último momento”. El progreso mismo de la medicina provoca una regresión evolutiva, porque “existen motivos para pensar que la vacunación ha preservado la vida de miles que, por su débil constitución, en otras condiciones habrían sucumbido a la viruela”. La desafortunada consecuencia de eso es que “los miembros más débiles de las sociedades civilizadas propagan su debilidad”. Tal obstáculo a la severidad de la selección natural es manifiestamente absurdo, porque, “nadie que haya presenciado cómo se crían los animales domésticos puede dudar de que ese obstáculo sea algo altamente dañino para la raza humana”. Ese daño exige la redefinición del significado y las finalidades de las labores asistenciales. “Resulta sorprendente con qué rapidez unos cuidados erróneamente orientados”, se lamentaba Darwin, “conducen a la degeneración de las razas de animales domésticos; pero exceptuando el caso del mismo hombre, apenas existe nadie tan ignorante como para permitir que sus peores animales se reproduzcan”. Charles Darwin. La descendencia del hombre.
Resulta sorprendente que Darwin fuera mejor persona que sus principios, puesto que afirmaba no sin cierto reparo que los europeos occidentales no podrían “obstaculizar sus sentimientos de compasión, aunque les impulsasen a ello las consideraciones más crudas, sin deterioro de la parte más noble de su naturaleza (…) De ahí que debamos sobrellevar sin queja los efectos indudablemente negativos del hecho de que los débiles sobrevivan y propaguen su debilidad a sus descendientes”. Y esto lo decía un hombre cuya frágil salud prácticamente le convirtió en un inválido, y que trajo al mundo diez hijos igualmente enfermizos.
Pero en Darwin estaba muy arraigado el miedo hacia el deterioro evolutivo. Si “no evitamos que los miembros más indeseables, viciosos o por cualquier motivo inferiores de nuestra sociedad incrementen su número a un ritmo más rápido que los hombres de mejor clase, la nación sufrirá una regresión, como ha ocurrido con demasiada frecuencia a lo largo de la historia del mundo”. “Debemos recordar”, avisaba Darwin al lector, “que el progreso no es una regla invariable (…) Lo más que podemos decir es que depende del incremento del número real de la población, del número de hombres dotados de facultades intelectuales y morales elevadas, y de sus niveles de excelencia”. La descendencia del hombre
En el tramo final del El origen del hombre Darwin hace una advertencia de carácter eugenésico: “El hombre revisa con un cuidado escrupuloso el carácter y el pedigrí de sus caballos, de su ganado y de sus perros antes de cruzarlos; pero cuando se trata de su propio matrimonio rara vez toma tales precauciones, si es que alguna vez lo hace”. Para evitar una mayor degeneración de la raza, “ambos sexos deberían abstenerse del matrimonio si son notablemente inferiores de cuerpo o de mente”. Evidentemente, Darwin no tuvo la más mínima intención de aplicarse esto a sí mismo.
Pero esta eugenesia, que podríamos llamar blanda, no era tan blanda como puede parecer a primera vista. De forma coherente con su argumentación evolutiva, Darwin afirmaba que el recrudecimiento de la lucha por la supervivencia entre los seres humanos necesariamente llevaría consigo la pérdida, en unas pocas generaciones, del alto nivel a que la evolución había llegado a lo largo de milenios. Nuestra actual condición de superioridad sería el resultado de “la lucha por la existencia que resulta de la rápida multiplicación (del hombre)”. Si queremos al menos evitar la regresión evolutiva, o lo que es mejor, si queremos “avanzar aún más”, los seres humanos “deberíamos permanecer sometidos a una severa lucha”. Esto llevó a Darwin a sugerir que la monogamia había dejado de ser útil y que “debería existir una competencia abierta entre todos los hombres, de modo que los más capaces no deberían verse constreñidos por las leyes o las costumbres para llegar más lejos y procrear el mayor número de hijos”. No consta qué pensaba su esposa, Emma, con respecto a esta velada propuesta de una nueva forma de poligamia.
Tras la publicación de El origen del hombre, Darwin apenas viviría una década más, recibiendo tanto alabanzas como críticas, promoviendo sus puntos de vista entre sus discípulos y defendiéndolos ante sus oponentes. Si su salud había sido siempre débil, comenzó a sufrir el deterioro que trae consigo la edad. “No puedo quitarme de la cabeza mis incomodidades durante más de una hora”, escribía a un amigo; “pienso en el cementario de Down (es decir, Down Kent, que fue su casa durante mucho tiempo) como el lugar más dulce de la tierra”.
Hacia el final, seguía sintiéndose acosado por el mismo dilema de antaño: sus puntos de vista le conducían al ateísmo y a la oposición al orden social, pero estaba rodeado de personas que seguían aferrándose al cristianismo y que defendían el orden social y moral que el cristianismo sustentaba. Ante eso, Darwin optó por no declararse ateo, y en lugar de ello insistió en calificarse con el término menos agresivo de “agnóstico”. Para conseguir que el darwinismo ganase la aceptación general tenía que seguir manteniendo su ambivalencia. Sin embargo, eso acabó agotándolo, y su salud – especialmente su corazón – sufrió un rápido deterioro en 1881 y principios del 1882. Podría decirse que su propia doctrina sobre la lucha por la supervivencia le provocó una tensión interior que le debilitó para esa misma supervivencia. Al pie de una vieja carta que le escribió su esposa y que conservó durante todos esos años, en la que le imploraba que no se apartase de las doctrinas salvadoras de Cristo para no condenarlos a la separación eterna, garabateó con lágrimas en los ojos durante la Pascua de 1881: “Cuando haya muerto, que sepas que muchas veces he besado esta carta y he llorado sobre ella”. Charles Darwin murió en los brazos de su esposa el 19 de abril de 1882. Emma no consiguió finalmente su consuelo.
Las ideas de Darwin no sólo revolucionaron la biología, también afectaron a otras áreas, como la sociología (Herbert Spencer), la antropología (Lewis Henry Morgan), la economía (Karl Marx, Thorstein Veblen), la política (Walter Bagehot), la literatura de ficción (Joseph Conrad, Jack London, Jules Verne, H. G. Wells), la poesía (Robert Browning, Alfred Tennyson, Walt Whitman), la lingüística (William Dwight Whitney), la filosofía (Charles Pierce, John Dewey, Henri Bergson), y la psicología (William James, Sigmund Freud).
De lo dicho debería resultar claro que, por muy deficientemente que Darwin se comportase en su vida personal y por muy reticente que fuese a atacar directamente a la religión, sus teorías tuvieron el efecto de proporcionar una base científica para el racismo, la eugenesia y el socavamiento del Derecho Natural judeocristiano. Todo ello no era algo ajeno a su visión científica de la evolución: fueron derivaciones de su teoría que el mismo Darwin realizó al aplicarla a la naturaleza humana. Y en los puntos en que Darwin quizás se mostró reticente a atacar directamente el edificio teológico y moral que el cristianismo había construido a lo largo de los dieciocho siglos anteriores, sus seguidores tomaron el relevo con cada vez mayor audacia conforme pasaban los años. Como veremos más adelante, sobre los cimientos sentados por Darwin otros muchos, desde Francis Galton o Ernst Haeckel, en el pasado, hasta Peter Singer, en nuestros días, han construido la Cultura de la Muerte.

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1.1. El origen de las especies

En 1859 el biólogo inglés Charles Darwin publica la obra El origen de las especies donde enuncia la célebre teoría de la evolución. El nombre completo de la obra era “El origen de las Especies por medio de la selección natural o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”, lo cual constituye toda una declaración de principios. En ella expone la hipótesis de la selección natural como el “mecanismo” que emplearía la naturaleza para “progresar”. En medio ambiente determinado, sobrevivirán aquellos individuos que tengan las características más adecuadas al mismo, es decir, se trata de la supervivencia del más apto por medio de la selección natural y de la eliminación de las formas menos eficaces. Los individuos supervivientes transmiten las variaciones favorables a las sucesivas generaciones.

"Dado que se producen más individuos de los que pueden sobrevivir, tiene que haber en cada caso una lucha por la existencia, ya sea de un individuo con otro de su misma especie o con individuos de diferentes especies, ya sea con las condiciones físicas de la vida (...). Viendo que indudablemente se ha presentado variaciones útiles al hombre, ¿puede acaso dudarse de que de la misma manera aparezcan otras que sean útiles a los organismos vivos, en su grande y compleja batalla por la vida, en el transcurso de las generaciones? Si esto ocurre, ¿podemos dudar, recordando que nacen muchos más individuos de los que acaso pueden sobrevivir, que los individuos que tienen más ventaja, por ligera que sea, sobre otros tendrán más probabilidades de sobrevivir y reproducir su especie? Y al contrario, podemos estar seguros de que toda la variación perjudicial, por poco que lo sea, será rigurosamente eliminada. Esta conservación de las diferencias y variaciones favorables de los individuos y la destrucción de las que son perjudiciales es lo que yo he llamado selección natural." La selección de las especies. Charles Darwin

Conceptos como especie, supervivencia del más apto, eliminación del más débil, selección, eficacia son enormemente peligrosos cuando se aplican a seres humanos. Así se hablará de raza superior, razas inferiores.
El mismo Darwin traslada su teoría científica al campo humano. Lee atentamente el siguiente texto. ¿Qué hay detrás de los conceptos: salvajes, cuerpos o mentes enfermas, sociedades civilizadas, miembros débiles, raza humana… que emplea Darwin?

»Entre los salvajes, el débil, físicamente o de entendimiento, es rápidamente eliminado, y los que sobreviven exhiben normalmente un estado de salud vigoroso. En cambio nosotros, las personas civilizadas, hacemos los mayores esfuerzos por controlar ese proceso de eliminación. Construimos asilos para los imbéciles, tullidos y enfermos. Instituimos leyes protectoras del pobre y nuestros médicos se exigen al máximo en sus capacidades para salvar la vida de cada uno hasta el último momento. Hay razones para creer que la vacunación ha preservado a muchas individuos de constitución física débil, que de otro modo habrían sucumbido ante enfermedades comunes (viruela, etc.). De ese modo los miembros débiles de las sociedades civilizadas propagaron su linaje. Nadie que haya prestado atención a la cría de animales domésticos dudaría que esto (el cuidado de los débiles) tiene que ser muy nocivo para la raza humana«. (Charles Darwin: El origen de las especies)

Estos argumentos serán adoptados por los esclavistas del siglo XIX para justificar sus abusos sobre diversos pueblos como el africano y por el colonialismo inglés.

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1.2. La adaptación de la ley de la jungla, al comportamiento humano

Uno de los supuestos más importante de la teoría de la evolución es que fundamenta el desarrollo de las criaturas vivientes en la »lucha por la supervivencia«, lucha inmisericorde que según Darwin se presenta en la naturaleza como un conflicto eterno. El fuerte se puede desarrollar porque se impone siempre al débil. El título completo de su libro compendia ese punto de vista: »El Origen de las Especies por Medio de la Selección Natural o la Preservación de las Razas Favorecidas en la Lucha por la Vida«.
La fuente de inspiración de Darwin en la materia fue el libro del economista inglés Thomas Malthus, »Ensayo Sobre el Principio de la Población o Revista de sus Efectos Pasados o Presentes Sobre la Felicidad del Hombre« (1803). Este libro indica que a la humanidad le espera un futuro más bien tétrico. Malthus había calculado que, librada a sí misma, la población del mundo aumentaría a una velocidad enorme. La cifra se duplicaría cada 25 años. Pero las provisiones de alimentos no aumentarían en la misma proporción de ninguna manera. En este caso la humanidad enfrentaría el peligro permanente de la hambruna. Según Malthus, las fuerzas que mantendrían bajo control el crecimiento poblacional eran los desastres como las guerras, el hambre y las enfermedades. En resumen, para que cierta cantidad de gente viva, resultaba necesario que otras mueran. La existencia, entonces, significa »guerra permanente«.
Darwin declara que fue el libro de Malthus el que lo hizo pensar acerca de la lucha por la existencia:

»En octubre de 1838, es decir, quince meses después que había comenzado mi pesquisa, leí como pasatiempo lo escrito por Malthus sobre la población. Como estaba preparado para apreciar la lucha por la existencia que ocurre en todas partes, debido a mi continua y larga observación de los hábitos de los animales y de las plantas, inmediatamente me hizo dar cuenta que bajo esas circunstancias las variaciones favorables tenderían a ser preservadas y las desfavorables destruidas. El resultado de esto sería la formación de nuevas especies. Entonces, finalmente, disponía de una teoría por medio de la cual llevar adelante mis especulaciones«.

En el siglo XIX, realmente, las ideas de Malthus habían sido adoptadas por mucha gente. En particular, los intelectuales de la clase alta europea sostenían las ideas maltusianas. La importancia dada a las mismas en la Europa de entonces, está expresada en el artículo Antecedentes Científicos del Programa Nazi de »Purificación de la Raza«:

«A mediados del siglo XIX se reunieron los miembros de las clases gobernantes a lo largo de toda Europa para discutir el reciente descubrimiento del ‘problema poblacional’ y determinar las formas de implementación del mandato maltusiano de aumentar la tasa de mortalidad de los pobres. »En vez de recomendar a los pobres el hábito de la pulcritud, deberíamos animarlos a hacer lo contrario. Deberíamos hacer las calles más estrechas en nuestras ciudades, conseguir que se amontonen más personas en cada vivienda e inducir el retorno de las plagas. En el campo deberíamos construir las aldeas cerca de aguas estancadas y, en particular, animar a realizar asentamientos en todo tipo de zonas insalubres y con ciénagas«, etc.»

Como resultado de esa política cruel, el fuerte derrotaría al débil en la lucha por la supervivencia, lo cual pondría coto rápidamente al crecimiento poblacional. El programa de »aplastar al pobre« fue llevado a la práctica en Inglaterra en el siglo XIX. Se creó un sistema industrial donde se hacía trabajar en las minas de carbón a niños de 8 ó 9 años 16 horas por día. Allí murieron miles de ellos debido a las malas condiciones laborales. La supuesta »lucha por la supervivencia«, que la teoría de Malthus determinó como necesaria, condenó en Inglaterra a millones de pobres a sobrellevar una vida llena de sufrimientos.
Darwin, influenciado por Malthus, aplicó ese criterio a toda la naturaleza y, aceptando que dicha lucha existía realmente, propuso que debía ser ganada por los más fuertes y aptos. Esta reivindicación de Darwin incluía todo lo vegetal, animal y humano. También enfatizó que esa lucha por la supervivencia era una ley natural permanente e inmodificable. Y por medio de negar la creación, invitaba a la gente a abandonar sus creencias religiosas, con el propósito de que también abandonen todos los principios éticos que podían ser un obstáculo a esa cruel »lucha por la supervivencia«.
Es por esto que la teoría de Darwin encontró el apoyo del Establishment desde el mismo momento en que se presentó. Ese respaldo lo consiguió primero en Inglaterra y luego en el resto de Occidente. Los imperialistas, los capitalistas y otros materialistas no demoraron en hacer suya esta teoría, pues proveía una justificación »científica« al sistema político y social que ellos fundaron.
Poco tiempo más tarde la teoría de la evolución pasó a ser el único criterio en todos los campos de interés social, desde la sociología a la historia, desde la psicología a los asuntos políticos. En todos los campos las ideas básicas eran las consignas de »lucha por la supervivencia« y »supervivencia del más apto«: partidos políticos, naciones, administraciones, firmas comerciales e individuos empezaron a vivir bajo el influjo de esos lemas. Puesto que las ideologías gobernantes se habían identificado con el darwinismo, la propaganda darwinista empezó a ser llevada a cabo en todos los ambientes, desde el educacional al artístico, desde el político al histórico. Fue un intento por establecer vínculos entre todos los temas y el darwinismo, de modo que todo sea considerado a la luz del mismo. Como resultado de ello, incluso la gente que no conocía nada del darwinismo comenzó a vivir según el modelo de sociedad propuesto.
El propio Darwin recomendó que sus criterios evolucionistas se apliquen a la comprensión de la moral y de las ciencias sociales. En una carta a H. Thiel escrita en 1869, decía:

»Fácilmente comprenderá el gran interés que despierta en mí el ver que usted aplica a las cuestiones morales y sociales puntos de vista análogos a los que he usado respecto a la modificación de las especies. No se me había ocurrido que mis ideas podían aplicarse a temas tan ampliamente distintos e importantes«.

Al aceptarse que la lucha en la naturaleza estaba en la esencia del ser humano, todos los tipos de conflictos producidos por el racismo, el imperialismo, el fascismo y el comunismo, así como los esfuerzos de los poderosos materialmente por aplastar a los que parecían más débiles, pasaban a tener una explicación “científica”. A partir de ese momento era imposible censurar u obstruir a esos que llevaban a cabo bárbaras masacres, que trataban como animales a los seres humanos, que enfrentaban a unos pueblos contra otros, que despreciaban a mucha gente debido a su raza, que clausuraban pequeños negocios en nombre de la competitividad y que se negaban a extender una mano de ayuda al necesitado. Y esa imposibilidad de censurarlos surgía del hecho de que lo que hacían estaba de acuerdo con una »ley natural científica«.
Esta nueva »consideración científica« pasó a ser conocida como »Darwinismo social«. Uno de los principales científicos evolucionistas de nuestra época, el paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould, acepta esa verdad al decir que después de aparecer »El Origen de las Especies« en 1859, »principalmente, bajo la bandera de la ciencia, se argumentaría a favor de la esclavitud, el colonialismo, las diferencias raciales y la lucha de clases«.
Aquí hay algo a lo que se debe prestar una gran atención. Todos los períodos de la historia humana han visto guerras, atrocidades, brutalidades, racismo y conflictos. Pero también en todas las épocas existió una religión divina enseñando a los pueblos que proceder de esas maneras era incorrecto, llamándolos en consecuencia a la paz, la justicia y la tranquilidad. Dado que los seres humanos conocían una religión divina, al menos tenían un criterio que les permitía comprender que iban por un camino equivocado cuando se entregaban a la violencia. Pero a partir del siglo XIX Darwin señaló que la contienda por los beneficios materiales, así como la injusticia, tenían cierta justificación científica. Dijo que todo ello era parte de la naturaleza humana, que el ser humano acarreaba desde sus ancestros tendencias salvajes y agresivas y que también se aplicaba a la humanidad las leyes que hacían que sobrevivan los animales más fuertes y belicosos. Fue bajo la influencia de esas ideas que las guerras, los sufrimientos y las masacres empezaron a afectar de un modo distinto a gran parte del mundo. El darwinismo apoyó, alentó y respaldó las formas en que se concretaban todos esos actos que produjeron en el planeta dolor, derramamiento de sangre y opresión, señalándolos razonables y justificados. Como resultado de ese respaldo supuestamente científico, todas las ideologías peligrosas se desarrollaron y se hicieron cada vez más fuertes, estampando sobre el siglo XX la leyenda »época de sufrimiento«.
El profesor de historia Jacques Barzun evalúa en su libro »Darwin, Marx, Wagner« las causas culturales, científicas y sociológicas de la terrible quiebra moral del mundo moderno. Es llamativo lo que dice Barzun allí en cuanto a la influencia de las ideas darwinistas:

»Entre 1870 y 1914 en todos los países europeos hubo una facción militarista que demandaba armamento, una facción individualista que demandaba una competencia despiadada, una facción imperialista que demandaba manos libres sobre los pueblos retrasados, una facción socialista que demandaba la conquista del poder y una facción racista que demandaba la purga interna de lo ‘extraño’. Cuando el llamado a la gloria y a la voracidad fracasaba, e incluso antes, se invocaba a Spencer y a Darwin, lo que era, por decirlo así, la ciencia encarnada… El decurso de la vida era biológico, era sociológico, era darwiniano«.

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1.3. El racismo de Darwin

Uno de los aspectos más importantes y no obstante menos conocido de Darwin es su racismo: consideraba a los europeos blancos más "avanzados" que otras razas humanas. En tanto presuponía que el ser humano evolucionó a partir de criaturas parecidas a los monos, barruntó que algunas razas se desarrollaron más que otras y que las últimas aún tenían rasgos de simios. En su libro "La Descendencia del Hombre", el cual publicado después de "El Origen de las Especies", comentó descaradamente "las mayores diferencias entre los seres humanos de razas distintas". Darwin sostiene allí que los negros y los aborígenes australianos son iguales a los gorilas y luego infirió que los mismos, con el tiempo, deberían ser "hechos a un lado" por las "razas civilizadas". Dijo:

»En algún momento de un futuro no muy distante como para medirlo en siglos, casi con toda certeza las razas humanas civilizadas exterminarán y reemplazarán a las salvajes en todo el mundo. Al mismo tiempo, los monos antropomorfos… sin duda, serán exterminados. La diferencia entre el hombre y sus allegados más cercanos se presentará entonces más amplia, porque será la que corresponderá entre el ser humano con una civilización incluso mayor —como es de esperar— que la de los caucásicos y la de algunos monos tan inferiores como el mandril, en vez de como se presenta ahora entre el negro africano o el australiano y el gorila«.Charles Darwin. La descendencia del hombre.

Las disparatadas ideas de Darwin no fueron solamente teorizadas sino llevadas también, a una posición que proveyeron los más importantes "fundamentos científicos" al racismo. Suponiendo que los seres vivientes evolucionaron en la lucha por la vida, el Darwinismo fue adaptado a las ciencias sociales y se convirtió en una concepción que pasó a ser llamada "Darwinismo Social".
El Darwinismo Social afirma que las razas humanas existentes están ubicadas en distintos peldaños de la "escala evolutiva", que las razas europeas eran las más avanzadas y que muchas otras razas aún llevan rasgos de "simios".
En »El Origen de las Especies« Darwin consideró a los nativos de Australia y a los negros, prácticamente, en un pie de igualdad con los monos y sostuvo que debían desaparecer. En cuanto a esas otras razas que consideraba »inferiores«, opinaba que era esencial impedir su multiplicación, de modo que terminen extinguiéndose. Vemos así que el racismo y la discriminación con los que nos encontramos aún hoy día, fueron aprobados y justificados por Darwin en su momento.
En cuanto a la tarea que le tocaba a las »personas civilizadas«, según las ideas racistas de Darwin, era la de acelerar un poco ese período evolutivo, como veremos a continuación, por lo que no habría ninguna objeción, desde el punto de vista »científico«, en hacer desaparecer lo más pronto posible a aquellos que de todos modos van en ese camino.
El aspecto racista de Darwin se exhibe en muchos de sus escritos y observaciones. Por ejemplo, lo manifiesta al describir a los nativos de Tierra del Fuego, observados en su largo viaje iniciado en 1831. Los describió como criaturas »totalmente desnudas, bañadas en tinturas, comiendo lo que encontraban al igual que los animales, descontroladas, crueles con todos aquellos ajenos a su tribu, sintiendo placer al torturar a sus enemigos, ofreciendo sacrificios sangrientos, asesinando a sus hijos, maltratando a sus esposas, llenos de supersticiones escabrosas«. Pero el investigador W. P. Snow, que había viajado a la misma región diez años antes, presenta un cuadro muy distinto. Dice que los nativos fueguinos eran »sujetos muy bien parecidos, enamorados de sus hijos, en posesión de algunos implementos muy ingeniosos. Reconocían algún tipo de derecho sobre la propiedad y aceptaban la autoridad de varias de las mujeres más ancianas«.
Es este profundo racismo de Darwin lo que hace constar Benjamin Farrington en »Qué Dijo Darwin Realmente« al expresar que habló mucho de »las grandes diferencias entre los seres humanos de razas distintas« en »El Origen del Hombre y la Selección Sexual«.
Por otra parte, la teoría de Darwin, que niega la existencia de Dios, ha sido la causa principal de que mucha gente no perciba que el ser humano es producto de Su creación y que todas las personas fueron, son y serán creadas en un pie de igualdad. Este fue uno de los factores que hizo que el racismo ganara fuerza y se lo aceptara aceleradamente de manera generalizada. El científico norteamericano James Ferguson pone de relieve el estricto vínculo entre la negación de la creación y la aceptación del racismo:

»La nueva antropología se convirtió rápidamente en el respaldo teórico de una de las dos escuelas de pensamiento opuestas respecto al origen del ser humano. La más antigua y establecida es la que sostiene la ‘monogénesis’, es decir, la creencia en que toda la humanidad, independientemente del color de la piel y otras características, desciende directamente de Adán y del acto de creación singular y original de Dios. La monogénesis fue promulgada por la Iglesia y aceptada universalmente hasta el siglo XVIII, momento en que la oposición a la autoridad teológica empezó a fomentar la teoría rival denominada ‘poligénesis’ (es decir, la teoría de la evolución), la cual sostiene que las distintas comunidades raciales tienen desarrollos diferentes«.

La antropóloga hindú Lalita Vidyarthi explica cómo la teoría de la evolución de Darwin condujo a que el racismo sea aceptado por las ciencias sociales:

»La teoría (de Darwin) de supervivencia del más apto fue recibida con entusiasmo por los científicos sociales de la época. Creían que la humanidad había atravesado varias etapas de evolución, culminando en la civilización del ser humano blanco. A mediado del siglo XIX el racismo era aceptado como una realidad por la vasta mayoría de los científicos occidentales«.
Los darwinistas posteriores a Darwin batallaron con mucho tesón con el objeto de demostrar sus ideas racistas, en nombre de las cuales no tuvieron ningún escrúpulo en elaborar incoherencias y falsedades científicas. Pensaban que cuando »las demostrasen« habrían probado »científicamente« la superioridad y »derechos« del caso, para oprimir, colonizar y, si fuese necesario, exterminar a otras razas.
Stephen Jay Gould señala en el capítulo tercero de su libro »La Medición Incorrecta del Ser Humano« que algunos antropólogos no tuvieron problema en recurrir a la falsificación de sus datos para demostrar la superioridad de la raza blanca. Según Gould, el método que más utilizaron fue el de falsificar las medidas que habrían tenido los cerebros en los cráneos fosilizados encontrados. En su libro menciona que muchos antropólogos que suponían que el tamaño del cerebro tenía algo que ver con la inteligencia, exageraron intencionalmente las dimensiones de los cráneos caucásicos y redujeron de la misma manera las de los negros e indios.
El evolucionista Havelock Ellis, contemporáneo de Darwin, respaldó la distinción entre razas inferiores y superiores en base a algo que se pretendía »científico«:

»Los niños de muchas razas africanas son poco o nada menos inteligentes que los niños europeos. Pero al desarrollarse se vuelven estúpidos y obtusos y en el conjunto de su vida social permanecen dentro de una rutina de poco vuelo, en tanto que los europeos mantienen mucho de su vivacidad de la infancia«. (Stephen Jay Gould, Ever since Darwin)

SEXISMO Y PAPEL VICTORIANO DE LOS SEXOS

Es fácil ver, especialmente en The Descent of man and Selection in Relation to Sex (1871), que Darwin suscribió el punto de vista según el cual la división del trabajo y las habilidades del hombre y mujer victorianos eran algo natural:

“La diferencia principal en la capacidad intelectual de los dos sexos queda demostrada en los logros que los hombres alcanzan en cualquier cosa que realicen, de mayor nivel de lo que puedan hacerlo las mujeres – da igual que se necesite un pensamiento profundo, la razón, o la imaginación, o simplemente el uso de los sentidos y las manos… el promedio de inteligencia en el hombre debe estar por encima del de la mujer…” Charles Darwin. La descendencia del hombre. Charles Darwin. La descendencia del hombre.

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1.4. El darwinismo como justificación del colonialismo

Al publicarse "El Origen de las Especies", el "hombre blanco" (es decir, los EEUU) imponía rápidamente su dominio sobre otros continentes y civilizaciones. Junto con algunos estados Europeos, particularmente Inglaterra y Francia, harían los mayores esfuerzos por colonizar la mayor parte del sur de Asia, toda el Africa y parte de América Latina. Mientras tanto el "hombre blanco" llevaba a cabo la masacre de los indígenas en América del Norte. Los EEUU se expandían hacia el Oeste matando a todos los nativos que vivían en sus tierras.
En resumen, en esa época, principalmente en la segunda mitad del siglo XIX, el mundo sufría la más severa forma de imperialismo. Occidente saqueaba otras civilizaciones valiéndose de la tecnología que poseía.
Así y todo Occidente sentía la necesidad de encontrar una explicación que justifique sus procederes, de la misma manera que lo hacen los villanos. Occidente mataba con toda libertad a los africanos, a los indígenas, les arrebataba las regiones donde moraban y se las confiscaba. La historia registró todo eso muy bien y esos arrebatadores sabían que se los recordaría como ladrones e incluso saqueadores si no podían dar una explicación que justificara todo lo que hacían.
En este punto el darwinismo ofreció una gran oportunidad a los imperialistas al proveerles un fundamento "científico" a la afirmación de que los "malignos" nativos eran una "especie de animales". Darwin reivindicaba que el ser humano evolucionó a partir de un ancestro tipo mono. Además, como se menciona en la larga introducción de "El Origen de las Especies", había algunas "razas favorecidas por la naturaleza" en el proceso de evolución. La raza favorecida era la del "hombre blanco". Los indios, los africanos y los nativos del resto del mundo constituían las razas incivilizadas en dicho proceso. Ni siquiera eran homo sapiens. "Domar" a estas razas como si se tratase de animales, confiscarles las tierras y usarlas como esclavos, era tan legítimo como la domesticación de los monos o de otros animales por parte de los homos sapiens (es decir, el "hombre blanco"). Éste incluso aseguraba que por medio de la introducción de la cultura "avanzada" en las razas "primitivas", les hacían un bien y las ayudaban en su evolución.
Esta forma de pensar que se desarrolló como consecuencia de la aplicación de la teoría de la evolución a las sociedades, se conoció más tarde como darwinismo social y se convirtió en el mayor argumento de justificación del imperialismo y la clave más importante del racismo. De acuerdo al antropólogo indio Vidyarthi,

"La teoría de Darwin de supervivencia del más apto recibió una bienvenida clamorosa por parte de los científicos de esa época, pues creían que el género humano había logrado varios niveles de evolución que culminaban en la civilización del hombre blanco. En la segunda mitad del siglo XIX el racismo fue aceptado como una realidad por la vasta mayoría de los científicos de occidente".

Uno de los principales proponentes del racismo anglosajón, el clérigo protestante y evolucionista Josiah Strong, empleó la misma lógica. Escribió en una oportunidad:

“Entonces el mundo entrará en una nueva etapa de su historia, es decir, a la competencia final de las razas, para lo cual están siendo aleccionados los anglosajones. Si no estoy equivocado, esta raza poderosa llegará hasta México, hasta América Central, hasta Sudamérica, a las islas, a los mares, al África y más allá. ¿Puede alguien dudar que el resultado de esta competencia será la supervivencia del más apto?”. Josiah Strong

El darwinismo social proveyó los fundamentos no sólo para los imperialistas y racistas de Inglaterra sino también para los de otros países. A esto se debe que se expandió rápidamente. El presidente norteamericano Theodore Roosevelt fue uno de los primeros defensores del darwinismo y fue el principal defensor y rufián de la operación de purga étnica practicada en detrimento de los indios, a la que se denominó "destierro". En los cuatro volúmenes de su obra titulada "El Triunfo del Oeste" expone como correcta la ideología (que promueve) las matanzas y sostiene que la "guerra racial" para terminar con los indios era inevitable. El apoyo más grande que encontró para hacer lo que hizo fue el darwinismo, el cual le dio la oportunidad de definir a los nativos como "especies primitivas". No sorprende para nada que en ese período se hayan violado todos los acuerdos hechos con los indios, cosa prevista y considerada como legítima por Roosevelt al tomar como fundamento la falacia de Darwin de "especies primitivas". En 1871 el Congreso de los EEUU dejó a un lado todos los acuerdos pactados con los indios y decidió desterrarlos a las tierras yermas con la esperanza de que allí encontrasen la muerte. Dado que no consideraban que los indios fuesen "seres humanos", nos imaginamos el valor que le pudieron haber dado a los acuerdos hechos con ellos…
Como dijimos, Theodore Roosevelt sostenía que la guerra racial para terminar con los indios era inevitable y representaba el logro culminante de la expansión del individuo angloparlante en el mundo.
Los primeros que buscaron justificar su causa por medio del darwinismo social fueron los que se oponían a los negros. Las teorías racistas que clasifican a las razas y colocan a la "blanca" sobre las demás, en tanto presentan a la "negra" como la más primitiva, abrazaron la teoría de la evolución con gran fervor. Uno de los principales teóricos del racismo evolucionista, Henry Fairfield Osborn, expresó en un artículo titulado "La Evolución de la Raza Humana" que el nivel medio de IQ (coeficiente de inteligencia) de un negro podía ser solamente igual al de un homo sapiens de once años de edad. De acuerdo con su visión, los negros ni siquiera eran considerados homo sapiens, es decir, hombres modernos. Uno de los últimos defensores de este punto de vista, Carletoun Coon, afirmó en su libro titulado "El Origen de las Especies" publicado en 1962, que la raza blanca y la raza negra eran dos "especies" distintas diferenciadas en la época del homo erectus. Según Daniel Gasman, después de esa diferenciación la raza blanca se hizo superior. Hasta hace poco, los defensores de la segregación racial que se llevaba en contra de los negros en los EEUU, se esforzaron lo más que pudieron para beneficiarse de este argumento "científico" que les concedió la teoría de la evolución.
Otro país donde floreció el darwinismo social fue Alemania. El biólogo Ernest Haeckel (1834-1919) dirigió el principal desarrollo del racismo basado en el darwinismo. Fue también quien encaminó el descubrimiento del fósil "Hombre de Java". Plenamente impresionado por los estudios de Darwin, hizo una modesta contribución al darwinismo presentando la teoría sintetizada como Recapitulación Ontogénica de la Filogenia.
Sin embargo Haeckel, que podría ser considerado como el "representante del darwinismo en Alemania", fue muy influyente. Estableció una sociedad bajo el nombre de "Liga Monista". El monismo era una versión distinta del materialismo ateo. La modalidad haeckeliana produjo el mismo efecto: el reforzamiento del racismo. Según Daniel Gasman, "se convirtió en uno de los principales ideólogos del racismo, del nacionalismo y del imperialismo en Alemania". Dos regímenes racistas del siglo XX, el fascismo y el Nacional-socialismo, basados en la herencia de los evolucionistas como Haeckel, tenían como referencia a Darwin.

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1.5. Darwin y las razas humanas

Las ideas de Darwin sobre las razas son, en algunos aspectos, más avanzadas de lo que se estilaba en la Inglaterra del siglo XIX, como trataré de mostrar. Pero en otros muchos aspectos comparten los prejuicios racistas dominantes de la época. La obra en la que Darwin trata más explícitamente este tema es El origen del hombre y la selección en relación al sexo. En ella dedica un capítulo específico a las razas humanas. El primer problema que aborda es si éstas constituyen especies separadas o no, exponiendo los argumentos que apoyan una u otra hipótesis. Aunque no se define claramente a favor de ninguna de las dos, tiende a considerar que las razas humanas constituyen subespecies: “es casi indiferente que se designen con el nombre de razas las diversas variedades humanas, o que se les llame especies y subespecies, aunque este último término parece ser el más propio y adecuado” Darwin.
Hoy en día esta polémica resultaría completamente obsoleta. La discusión más bien sería si, desde el punto de vista biológico, se puede hablar con propiedad de razas humanas o no. Pero en la época de Darwin esto no estaba tan claro, por la sencilla razón de que los conceptos de especie y subespecie no tenían un significado unívoco. Precisemos sus significados actuales.

“Las especies son grupos de poblaciones naturales con cruzamiento entre sí que están aislados reproductivamente de otros grupos” (Mayr, 1992, p. 42)

La subespecie, por el contrario, es sinónimo de raza geográfica:

“Las razas, si se definen formalmente, son subespecies. Las subespecies son poblaciones que ocupan una subdivisión geográfica concreta de la distribución de una especie, y que son suficientemente diferentes en cualquier serie de sus rasgos como para ser taxonómicamente reconocibles […]. Son categorías de conveniencia […]. Las subespecies representan la decisión personal del taxónomo acerca de cuál es el mejor modo de representar la variación geográfica (Gould, 1987, pp. 201-202).

El concepto de especie es claro y bien delimitado biológicamente, ya que parte de la premisa de que los miembros de una misma especie se pueden cruzar entre sí, pero no pueden hacerlo con miembros de otras especies, por ser estos cruzamientos inviables. En este sentido las fronteras de la especie son nítidas. No puede decirse lo mismo de las subespecies. Estas son variedades dentro de una misma especie y pueden, en consecuencia, cruzarse entre sí dando una descendencia completamente fértil. Los límites entre ellas son relativos y arbitrarios, y dependen de los criterios particulares empleados para definir las distintas subespecies.
Para Darwin y sus contemporáneos, el concepto de especie no tenía un significado tan preciso como el actual y el aislamiento reproductor no constituía un criterio de demarcación suficiente. Darwin lo reconoce claramente cuando afirma que

“Si se llegara, de todas suertes, a la demostración de que todas las razas humanas cruzadas son del todo fecundas, aquel que quisiera por otras causas tenerlas por especies distintas podría con justicia observar que ni la fecundidad ni la esterilidad son criterios infalibles de la distinción específica […]. La fecundidad completa de las diferentes razas humanas entrecruzadas, aun cuando estuviera probada, no había de impedirnos considerar esas razas como especies distintas” (Darwin, 1980, pp. 169-170).

A pesar de esto, la idea de que la especie constituye una entidad biológica singular no es ajena a su pensamiento, como lo prueba la opinión que mantiene sobre la polémica entre monogenistas y poligenistas a propósito de las razas:

“La cuestión de saber si el género humano se compone de una o muchas especies ha sido ampliamente discutida desde hace mucho tiempo por los antropólogos, dividiéndose al fin en dos escuelas, la monogenista y la poligenista. Los que no aceptan el principio de la evolución tienen que considerar las especies como creaciones separadas o como entidades en cierto modo distintas […]. Por el contrario, los naturalistas, que admiten el principio de la evolución, como la mayoría de los más modernos, no encuentran dificultad ninguna para reconocer que todas las razas humanas provienen de un tronco único primero; y esto sentado, les dan, según conviene, el nombre de razas o de especies distintas, a fin de indicar la importancia de sus diferencias”.

Darwin apoya claramente la postura monogenista, que sostienen que las distintas razas se originaron por diversificación a partir de una sola especie ancestral porque considera que, desde un punto de vista evolutivo, es “inadmisible que los descendientes modificados de dos organismos, que difieren uno del otro de un modo señalado, puedan después converger en punto tal, que el conjunto de su organización sea casi idéntico”. Esta valoración, plenamente correcta, implica una concepción de especie como entidad biológica discreta, con características diferenciales no reducibles mediante entrecruzamiento interespecífico. En este punto su posición es tan clara que llega a afirmar que “cuando los principios de la evolución sean universalmente aceptados, cosa que antes de mucho no dejará de suceder, la discusión entre monogenistas y poligenistas habrá por completo terminado”.
El punto de vista de Darwin sobre las razas humanas es realmente contradictorio. Con más precisión deberíamos decir que posee varios puntos de vista. Por un lado, considera que las razas muestran notables diferencias en sus características propias y que estas diferencias siguen una jerarquía que va desde las razas que denomina salvajes y que él cree inferiores, hasta las razas civilizadas, con los blancos caucasianos a la cabeza:

“Las diferencias de este género que existen entre los hombres más eminentes de las razas más cultas y los individuos de las razas inferiores, están escalonadas por delicadísimas graduaciones”. Darwin. El origen del hombre.

En un extremo, “las naciones occidentales de Europa, que tantas ventajas llevan en el presente a su progenitores salvajes, se encuentran, por decirlo así, en la cima de la civilización”. En el otro, los nativos australianos, escasamente dotados: “la mentalidad de uno de los salvajes inferiores, a quien faltan palabras para expresar una cantidad numérica mayor que cuatro, y a quien con dificultad se le oiga usar término alguno abstracto para expresar objetos comunes o afecciones del ánimo”.
Un aspecto característico de la idea de inferioridad racial reside en la creencia de que la arquitectura cerebral en el caso de las razas consideradas inferiores tiene un cierto parecido con la de los monos:

“El cráneo de estos idiotas (los idiotas microcéfalos) es más pequeño y las circunvoluciones del cerebro son menos complejas que las del hombre en sus estado normal. El seno frontal, ampliamente desarrollado y trazando proyección sobre las cejas, y, asimismo, el extraordinario prognatismo de sus mandíbulas, dan a estos idiotas cierta semejanza con los tipos inferiores de la humanidad […]. Podemos considerar el simple cerebro de un idiota microcéfalo, en tanto que se asemeja al de un mono, como un ejemplo de retroceso”. Darwin. El origen del hombre.

No es de extrañar que atribuyéndoles esas semejanzas anatómicas, también se le atribuyan propiedades o facultades comunes: “Bien conocida es la propiedad de imitación que se nota en los monos, de la cual se hallan también dotados los salvajes más atrasados”.
A la hora de caracterizar lo que llama “los tipos inferiores de la humanidad”, Darwin no duda en asimilar la supuesta falta de desarrollo de ciertas aptitudes con la de los animales:

“A juzgar por los horribles adornos y por las músicas no menos desagradables que prefieren la mayoría de los salvajes, podría deducirse que sus facultades estéticas se encuentran en inferior estado de desarrollo al que han alcanzado algunos animales, por ejemplo, las aves. Es evidente que ningún animal será capaz de admirar espectáculos como una hermosa noche serena, un bello paisaje o una música clásica; pero gustos tan refinados como éstos se adquieren por la cultura y dependen de asociaciones de ideas muy complejas, que no pueden tampoco ser apreciadas por los bárbaros, ni aun por persona sin cultura”.

Otro tanto se podría decir de las facultades mentales: “por lo notorio no es menester que insistamos en la variabilidad o diversidad de las facultades mentales en los hombres de una misma raza, sin mencionar por supuesto las diferencias mucho mayores de los individuos de distintas razas”.
Todas estas ideas, y otras por el estilo, eran dominantes en la época de Darwin, e incluso después. Constituían lugares comunes, basados en prejuicios que se transmitían sin la más mínima consideración crítica. Darwin, como hemos visto, no era ajeno a ellos. Sin embargo, en su caso se combinan con consideraciones distintas sobre estos mismos temas, algunas en abierta contradicción con las valoraciones antes manifestadas. Las diferencias generales entre razas, por ejemplo, las relativizará notablemente advirtiendo que se basan, sobre todo, en pequeñas diferencias externas: “las razas humanas, aun las más distintas, tienen formas harto más semejantes de lo que a primera vista se cree […]. Sin querer, nos dejamos influir muy mucho por el color de la piel y del pelo, las pequeñas diferencias de las facciones y expresión del rostro”, e insistirá en que “entre todas las diferencias que existen entre las razas humanas, la más notoria y la más pronunciada es el color de la piel”. La descripción de las diferencias y semejanzas generales sigue este mismo criterio:

“Aunque las razas humanas existentes difieren entre sí por varios conceptos, como son el color, cabellos, forma del cráneo, proporciones del cuerpo, etc., sin embargo, consideradas en su estructura total, se halla que se asemejan mucho en un sinfín de puntos. Gran parte de éstos son de tan poca importancia, o de naturaleza tan especial, que es muy difícil suponer que hayan sido adquiridos independientemente por razas o especies desde su principio distintas. La misma observación tiene igual o mayor fuerza respecto a los varios puntos de semejanza mental que existen entre las razas humanas más distintas”.

Esta relativización de las diferencias raciales es especialmente notoria en lo referente a las facultades mentales, hasta el punto de realizar afirmaciones en las que niega que existan tales diferencias. Así dirá que “las diversas razas poseen una misma inventiva semejante, o sea, las mismas facultades mentales”, en abierta contradicción con sus propios puntos de vista, sobre todo cuando se trata de las partes emocionales, aunque mucho, asimismo, en sus facultades intelectuales”. Estas opiniones, en ocasiones, las basa en su propia experiencia, que choca con los prejuicios existentes. Por ejemplo, refiriéndose a su viaje de cinco años en el Beagle recordará que “siempre me sorprendía considerablemente en el tiempo que viví con los fueginos, a bordo del Beagle, los mil numerosos rasgos de carácter que me probaban lo semejantes que eran sus facultades a las nuestras, y otro tanto advertí en un negro puro con quien tuve mucho trato”.
Repárese en esta alusión al carácter “puro” del negro. La creencia en la existencia de tipos puros en las razas era general. Darwin en más de una ocasión hará referencia a ella, como cuando habla de “la Australia del Sur, cuya última raza es “probablemente la más pura y homogénea en sangre, costumbres y lengua que existe en el mundo”. A esta pureza racial corresponderían las características propias y distintivas de cada raza. De aquí se derivaba el miedo, tan común, a la posible contaminación por mestizaje y la creencia en la consiguiente degradación por la influencia de la mezcla. Sin embargo, a pesar de estas referencias concretas, Darwin iba bastante contracorriente de la opinión general en este tema, señalando que “los caracteres distintivos de las razas humanas son harto variables […]. Difícil sería decir, ya que no imposible, cuál es el carácter que es siempre constante. Aun dentro de los límites de una misma tribu, están muy lejos los salvajes de ofrecer esos caracteres uniformes, como algunos pretenden”.
En el terreno de las actitudes Darwin adoptó una posición general contraria a la discriminación por motivos raciales. Aunque en esto también mostrará posiciones contradictorias. Piensa, por un lado, que la srazas inferiores serán exterminadas inexorablemente por las más civilizadas, sin realizar ningún juicio negativo de esta predicción. Más bien considera que corresponderá a un desarrollo lógico de la evolución:

“En algún momento del futuro, no muy lejano si lo medimos en siglos, las razas humanas civilizadas exterminarán y reemplazarán, casi con toda seguridad, a las razas salvajes del mundo entero. Al mismo tiempo, los simios antropomorfos […] serán sin ninguna duda exterminados. En aquel momento la brecha crecerá, pues limitará por un lado con un hombre en una fase más civilizada, cabe esperar, que la del caucasiano, y por el otro lado con algún simio de tan baja condición como el babuino. Ahora, en cambio, el negro o el australiano por un extremo, y el gorila por el otro, constituyen los respectivos límites”.

Pese a este vaticinio, Darwin no era un determinista estricto y, aunque con fuertes dosis de paternalismo, no creía que la desigualdad entre las razas fuese insuperable. Consideraba que la principal causa de desigualdad residía en los diferentes grados de desarrollo de la civilización más que en causas biológicas inamovibles, aunque éstas no estaban ausentes de su explicación. La civilización europea occidental era para él la cima del progreso, por lo que se trataría de acercar a los “salvajes”, escasamente civilizados, al camino de esta civilización “superior”. Pensaba, ciertamente, que el nivel alcanzado por la civilización estaba en relación con las capacidades intelectuales, y aceptaba que éstas eran hereditarias: “En la actualidad, las naciones civilizadas se han sobrepuesto en todas partes a las bárbaras […] siendo el principal instrumento de su triunfo, aunque no el único, el desarrollo de las artes, que, como se sabe, radica en las facultades intelectuales”. Sin embargo, se apartaba del determinismo al aceptar que el perfeccionismo de las facultades morales tenía más relación con factores sociales, como la educación o la religión, que con la acción directa de la selección natural.
Asimismo, se manifestará completamente contrario a la esclavitud, aunque cree que en el pasado pudo ser beneficiosa: “La esclavitud, aunque en cierto sentido beneficia en los tiempos antiguos, es un gran crimen; y, sin embargo, sólo hasta hace muy poco han venido a reconocerlo las naciones más civilizadas del mundo”. La actitud de Darwin ante la esclavitud fue siempre activamente abolicionista, ya desde su viaje a bordo del Beagle, y no dudó en mostrar los más duros reproches ante el trato vejatorio sufrido por los esclavos:

“Los que excusan a los dueños de esclavos y permanecen indiferentes ante la posición de sus víctimas no se han puesto jamás en el lugar de estos infelices, ¡qué porvenir tan terrible, sin esperanza del cambio más ligero! ¡Figuraos cuál sería vuestra vida si tuvieseis constantemente presente la idea de que vuestra mujer y vuestros hijos – esos seres que las leyes naturales hacen tan queridos hasta a los esclavos – os han de ser arrancados del hogar para ser vendidos, como bestias de carga, al mejor postor! Pues bien; hombres que profesan gran amor al prójimo, que creen en Dios, que piden todos los días que se haga su voluntad sobre la tierra, son los que toleran, ¿qué digo?, ¡realizan esos actos! ¡Se me enciende la sangre cuando pienso que nosotros, ingleses, que nuestros descendientes, estadounidenses, que todos cuantos, en una palabra, proclamamos tan alto nuestras libertades, nos hemos hecho culpables de actos de este género!” (Darwin. El viaje del Beagle)

Como hemos visto hasta aquí el pensamiento de Darwin con respecto a las razas reflejaba una variedad de puntos de vista, que iban desde la afirmación de la inferioridad más absoluta de las “razas salvajes” frente a las “razas civilizadas”, hasta la negación de la existencia de distinciones en las facultades mentales, reduciendo las diferencias al color de la piel y unos pocos rasgos externos más. De todos estos puntos de vista, las ideas jerárquicas de superioridad en inferioridad racial y de asimilación de las razas “inferiores” con un menor progreso evolutivo y social son, indudablemente, dominantes en su pensamiento, y no pocas de ellas no hacen sino reproducir lo que era un prejuicio común en su época. Su pensamiento evolucionista no significó el abandono de estas ideas, aunque sí modificó la forma de argumentación de algunas de ellas e hizo aparecer otras nuevas, más igualitarias y de mayor proximidad a la concepción de la moderna biología sobre la diversidad de la especie humana. Todas estas concepciones conviven, de forma contradictoria, en el pensamiento de Darwin.

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1.6. Darwin y la eugenesia

Las opiniones de Darwin acerca de la eugenesia postulada por Galton son particularmente interesantes. En el momento en que fueron formuladas, Darwin gozaba ya de un gran prestigio dentro de la comunidad científica y, si bien su teoría de la selección natural tenía muchos detractores, la fe evolucionista se había extendido considerablemente gracias a él. Que un pensador de su peso hiciese pública en sus escritos una opinión favorable a la doctrina eugenésica no sólo suponía un espaldarazo notable para la misma, sino que da una idea clara acerca de que las teorías de Galton no eran consideradas las ideas de un excéntrico, aunque en el terreno práctico no llegase a gozar de demasiados apoyos para su puesta en acción.
Darwin se expresó en términos muy laudatorios acerca de las investigaciones de su primo: “merced a los admirables trabajos de galton sabemos hoy que el genio, el cual implica maravillosa y compleja combinación de altas facultades, tiende a transmitirse por herencia”. Darwin. El origen del hombre.
No deja de resultar algo sorprendente esta afirmación en Darwin, cuando en los estudios de Galton no hay la más mínima demostración del carácter hereditario no del genio ni de ninguna otra facultad intelectual o moral. Recordemos que el propio Galton reconocía la extrema ignorancia que sobre la herencia del talento existía en su época. Realmente, él se limitó a establecer que hijos de personajes ilustres acababan siendo, en buena medida, también ilustres.
Sea como fuere, Darwin apreciaba las investigaciones de Galton y consideraba que suponían una demostración suficiente de la heredabilidad de talento. Quizás estos fuese debido no tanto a los méritos científicos de Galton sino a que Darwin compartía las mismas ideas en este terreno, y en otros relacionados. Así, también creía que existía una estrecha relación entre el tamaño del cerebro y el desarrollo de las facultades intelectuales:

“La creencia de que existe en el hombre alguna íntima relación entre el tamaño del cerebro y el desarrollo de sus facultades intelectuales, se apoya en la comparación de los cráneos de los salvajes y los de las razas civilizadas de los pueblos antiguos y modernos, y por la analogía de toda serie de vertebrados”.

Esta idea no procedía únicamente de la frenología, de donde fue tomada por Galton. Por la misma época, Paul Broca, el fundador de la craneometría, llevaba a cabo en París sus mediciones de tamaños craneales y pesos cerebrales. Broca creyó demostrar con ellas la inferioridad de las mujeres, sobre la base de su menor tamaño cerebral, sin detenerse en el hecho de que existe una estrecha correlación entre el tamaño cerebral y el tamaño y complexión corporal.
Darwin sustentaba estos puntos de vista, al igual que muchos de sus contemporáneos, y no es de extrañar que las conclusiones de galton fuesen fácilmente aceptadas, pues venían de reforzar prejuicios que él mismo compartía. Lo mismo podría decirse de las facultades morales, que también consideraba, en gran medida, herditarias.
Detengámonos ahora en las opiniones de Darwin acerca de las propuestas eugenésicas, contenidas en su libro El origen del hombre. Como veremos, en muchos aspectos, aunque no en todos, concuerdan con las de Galton, cosa por lo demás lógica teniendo en cuenta que la mayor parte de las observaciones que realiza reconoce haberlas tomado directamente de éste último, así como de Wallace y Grey.
Estima Darwin que la eliminación o protección de los individuos débiles o enfermos es algo que distingue a los salvajes de los seres civilizados:

“A impedir en lo posible la eliminación, se encaminan todos los esfuerzos de las naciones civilizadas; a esto tienden la construcciones de asilos para imbéciles, heridos y enfermos, las leyes sobre la mendicidad y los desvelos y trabajos que nuestros facultativos afrontan por prolongar la vida de cada uno hasta el último momento” Darwin. El origen del hombre.

Sin embargo, con respecto a las cualidades morales, ve como un signo de civilización, o cuando menos algo que practican las sociedades civilizadas, la adopción de medidas encaminadas a impedir la proliferación de las tendencias perversas, recluyendo o eliminando a los individuos portadores de las mismas:

“Con respecto a las cualidades morales, aun los pueblos más civilizados progresan siempre eliminando alguna de las disposiciones malévolas de sus individuos. Veamos, si no, cómo la trnsmisión libre de las perversas cualidades de los malhechores se impide, o ejecutándolos o reduciéndolos a cárcel por mucho tiempo”.

Y, como también le gustaba hacer a Galton, establece un paralelismo con als medidas que aplican los criadores, con el fin de eliminar características poco deseables entre los animales domésticos:

“En la cría de animales domésticos es elemento muy importante de buenos resultados la eliminación de aquellos individuos que, aunque sean en corto número, presenten cualidades inferiores. Esto resulta especialmente cierto con los caracteres perjudiciales […] y con algunas perversas disposiciones en los hombres, que ocasionalmente y sin causa visible reaparecen en las familias”.

Al igual que Galton, Darwin piensa que la no eliminación de los individuos débiles, enfermos o tarados tiene consecuencias negativas y conduce a la degeneración de la especie humana, basándose de nuevo en la analogía con las especies animales:

“Los miembros débiles de las naciones civilizadas van propagando su naturaleza, con grave detrimento de la especie humana, como fácilmente comprenderán los que se dedican a la cría de animales domésticos […]; a excepción hecha del hombre, ninguno es tan ignorante que permita sacar crías a sus peores animales”.

Coincide también con Galton en la apreciación de que los peores elementos tienden a dejar mayor descendencia que los miembros más selectos de la sociedad: “los holgazanes, los degradados y con frecuencia viciosos tienden a multiplicarse en una proporción más rápida que los próvidos y en general virtuosos”, lo cual tiene consecuencias sociales muy negativas, de no existir ningún obstáculo que lo impida:

“Si los distintos obstáculos que hemos señalado […] no impiden que los holgazanes, los viciosos y otros miembros inferiores de la sociedad aumenten en mayor proporción que los hombres de clase superior, la nación atrasará en vez de adelantar, como es fácil probarlo, por abundar los ejemplos en la historia del mundo”.

Ante estas expectativas tan poco halagüeñas, Darwin verá con agrado las sugerencias eugenésicas de Galton, pero las considerará utópicas y poco realizables: “ambos sexos deberían abstenerse del matrimonio si fuesen en grado marcado inferiores en cuerpo y alma; pero tales esperanzas son una utopía, y no se realizarán nunca, ni siquiera parcialmente, hasta que las leyes de la herencia sean completamente conocidas”. En una carta dirigida a Galton en 1873 se expresará en términos semejantes acerca de la viabilidad de la empresa eugenésica:

“Aunque veo muchas dificultades, el proyecto parece una gran cosa; y Vd. Ha señalado el único, aunque me parece utópico, plan factible para proceder para mejorar la raza humana. Yo estaría por confiar más (esto es parte de su plan) por difundir e insistir en la importancia del absolutamente decisivo principio de la herencia”.

A pesar de las valoraciones tan coincidentes acerca de la determinación hereditaria de las facultades intelectuales y morales, de la tendencia degenerativa de la especie human por la mayor tasa reproductiva de los individuos peor dotados y de la aceptación manifestada hacia no pocas de las propuestas eugenésicas de galton, Darwin mantiene algunas opiniones distintas e incluso críticas. Tal vez influyese la consideración que mantenía de la eugenesia como un proyecto utópico y difícilmente realizable, o que sus criterios morales no eran tan despiadados como los de Galton, o bien que tenía una dosis mucho más elevada de sentido común, pero lo cierto es que se distanciará de las propuestas más duras de la eugenesia, aquellas más inclinadas hacia la represión, y considerará que tal proceder resultaría extremadamente perjudicial para la humanidad:

“Despreciar intencionalmente a los débiles y desamparados, acaso pudiera resultar un bien contingente, pero los daños que resultarían son más ciertos y muy considerables. Debemos, pues, sobrellevar sin dudad alguna los males que a la sociedad resulten de que los débiles vivan y propaguen su raza”. Darwin. El origen del hombre.

Había una razón todavía más poderosa para el escepticismo de Darwin ante la eugenesia. Ésta era la consideración de que la selección natural no era la causa principal del desarrollo de las facultades humanas. Así lo hace ver al afirmar que:

“A pesar de lo importante que ha sido y aún es la lucha por la existencia, hay sin embargo, en cuanto se refiere a la parte más elevada de la naturaleza humana otros agentes aun más importantes […]. Las facultades morales se perfeccionan mucho más, bien directa o indirectamente, mediante los efectos del hábito, de las facultades razonadoras, la instrucción, la religión, etc., que mediante la selección natural”.

Esta opinión aleja a Darwin no sólo de la eugenesia sino también del “darwinismo social”, con el que, a pesar de todo tiene muchas afinidades.
En resumen, las opiniones de Darwin, sea sobre las razas humanas sea sobre la eugenesia, no son totalmente coincidentes con las de Galton, pero sí tienen una gran cantidad de puntos en común, implícitos unos y manifiestos otros.

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2. Herbert Spencer

El pensamiento social de finales del siglo XIX brotó con tanta fuerza de las teorías de la evolución de C. Darwin, que sus ideas principales fueron conocidas como darwinismo social. La segunda mitad del siglo XIX fue un período de entusiasmo revolucionario, tanto en las calles como en las academias, y los políticos, sociólogos, economistas, etc. Se apropiaron de C. Darwin como su principal portavoz intelectual.
Aunque, como se ha señalado, el darvinismo surgió como una doctrina científica que pretendía explicar el proceso evolutivo, ganó adeptos entre los cultivadores de las ciencias sociales. De esta manera, el término evolución comenzó a aparecer en los libros consagrados a la Antropología, la Sociología, etc. Y es que los planteamientos darvinistas proporcionaban fundamento para la justificación de las corrientes de la época. Ciertamente, la teoría de la selección natural, interpretada como la supervivencia de los más aptos – en el sentido de los más adaptados al estado social –, proporcionaba un medio para explicar – y justificar – los procesos sociales del momento.
Apoyándose en tal teoría, surgieron propuestas éticas de conducta que buscaban servir mejor a la supervivencia de los aptos. De este modo, H. Spencer, inspirándose en la idea de evolución de las formas de vida y partiendo de los datos proporcionados por las ciencias naturales, desarrolló un sistema ético que pretendía unir, en una sola visión, el mundo de los hechos y el mundo de los valores. En su obra Estática social (Social Statics, 1850) proponía una explicación biológica de la moral o, lo que es lo mismo, una biologización de la ética.

“Todos debemos admitir que nos guiamos hacia nuestro bienestar corporal por los instintos; también (debemos admitir) que es desde los instintos desde donde brotan aquellas relaciones domésticas por las cuales alcanzamos otros objetos importantes; y (debemos admitir) que ciertos apuntes (certain prompters) que llamamos sentimientos nos aseguran un beneficio indirecto, mediante la regulación de las relaciones sociales. Es entonces probable que exista una especie de mecanismo mental que está todo el tiempo trabajando, y que, puesto que la conducta correcta de cada uno de los seres es necesaria para la felicidad de todos, exista por ello en todos nosotros un impulso que nos incline hacia tal conducta, o, con otras palabras, que todos poseamos un “Sentido moral” (Moral Sense)” Spencer, Social Statics.

Partiendo de ahí y asumiendo que todo en la naturaleza – también la moral – se explicaba según el principio de supervivencia de los más aptos, la postura de H. Spencer buscaba justificar que todos los comportamientos se ordenaban a lograr la conservación de los más capaces, lo que suponía la consecuente desaparición de los ineptos o inadaptados. De este modo, afirmaba que todo mal derivaba de la no adaptación al medio.

“Retengamos en la mente esta verdades: que todo mal proviene de la no adaptación de la constitución a las circunstancias; y que, donde existe tal falta de adaptación, se está continuamente decreciendo por el cambio de constitución que debe darse – y no se da – en función de las circunstancias. Debemos estar preparados para comprender la presente posición de la raza humana” H. Spencer, Social Statics.

Por ello proponía que se mirase a la naturaleza como criterio moral, con el objetivo de que cada uno adaptase su conducta a las exigencias de la naturaleza, para, de este modo, ir a la par con el proceso evolutivo.

“En general, la cuestión depende de la cantidad de sentimientos morales que posean los hombres, o, con otras palabras, depende del grado de adaptación al estado social que los sujetos hayana alcanzado”. H. Spencer

En el Estado moderno, lo natural exigía adaptarse al estado social, servir a este estado. La no adaptación traía como consecuencia el mal. Así, consideraba principio universal que un individuo adulto percibiera beneficios en función directa de su mérito, el cual se mediría por su adaptación al entorno social. Con otras palabras, los individuos mal adaptados sufrirían las condiciones de su existencia, mientras que los mejor adaptados se beneficiarían de su superioridad. De este modo, el que no fuese lo suficientemente fuerte como para subsistir, debería sucumbir.

“El estado actual de progreso pide que toda persona incapaz de bastarse a sí misma, perezca” H. Spencer.

En definitiva, par H. Spencer, el progreso humano quedaba confiado a la supervivencia de los más aptos.

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2.1. Determinismo racial

La teoría evolucionista significó una revolución para las ciencias naturales y la sociedad toda, pero su búsqueda en pos de establecer leyes generales contenía un peligro: que las concepciones evolucionistas aplicables al plano biológico de las especies fueran extrapoladas a otros contextos asumiendo nuevos sentidos. Tal fue el sentido equivocado e inaplicable que numerosos autores del siglo XIX le dieron a la teoría evolucionista cuando ésta fue aplicada al plano social. Cuando se propone conceptos tales como "lucha por la existencia", "supervivencia del más apto" o "selección natural" al desarrollo de las sociedades se encuentra subliminalmente disfrazado el germen del determinismo racial. En el mismo siglo donde las potencias europeas se repartían el mundo "no civilizado" para sus colonias, la aparición de teorías como la evolucionista podían justificar "científicamente" la superioridad de la "raza blanca" sobre las "salvajes culturas no occidentales". Herbert Spencer (1820-1903) intentó desde la teoría evolucionista de Darwin establecer las leyes generales del progreso humano. Trasladando la "supervivencia del más apto" al plano social desde lo biológico. Las consecuencias de este error son varias, se justificaba así la conquista de un pueblo por otro, esos pueblos eran subyugados como consecuencia de la selección natural, no había otra alternativa histórica para ellos, su destino era ser colonizados y sucumbir. Para Lamarck la naturaleza, regida por leyes generales, conducía a la producción de especies cada vez más adaptadas a su entorno, cada vez más perfectas. Lo cual iba a ser retomado por Spencer para la tesis de su obra, "un esquema continuo y progresivo de desarrollo". Las sociedades fueron analizadas como si fueran organismos vivos, y sus órganos funcionales fueron caracterizados en base a distintos grados de evolución. De aquí ya no había mucha distancia a sostener que "…los pobres eran pobres porque eran biológicamente inferiores, los negros esclavos como resultado de la selección natural...los blancos superiores por ser los más aptos". Darwin tambien fue incapaz de discernir en su momento los cambios aprendidos culturalmente de aquellos cambios biológicos de carácter hereditario. Pero "es sobre Spencer y no sobre Darwin sobre quien recae la mayor parte de la responsabilidad de haber mutilado la potencia explicativa de la teoría evolucionista cultural por haberla mezclado con el determinismo racial" (Harris, 1983). Con el darwinismo social como marco se legitima la expropiación, la esclavitud y los crímenes, si las cosas se daban así no era por la política imperialista, era simplemente porque las leyes naturales de la evolución tambien regían en el plano de las sociedades humanas. Era la lucha por la existencia, la supervivencia del más fuerte, y Europa era el más fuerte: "La idea de que los salvajes contemporáneos pudieran ser tan inteligentes como los civilizados le resultaba lisa y llanamente inconcebible" (Harris, 1983). Las actuales investigaciones arqueológicas y genotípicas demuestran que todos descendemos de una población de homo sapiens sapiens en común que se originó en Africa hace unos 120-100.000 años. Todos los representantes humanos del planeta poseemos las mismas cualidades, la misma capacidad intelectual. Un análisis como el de Spencer hubiera servido para comparar poblaciones contemporáneas de australopithecus y homo sapiens por ejemplo. Las diferencias "externas" (fenotipos) de los sapiens sapiens pueden ser atribuidas a distintas interacciones entre la constitución genética común y las adaptaciones locales a ambientes específicos. Pero es claro que las diferencias se dan a un nivel fenotípico y no a nivel genotípico, internamente "todos somos iguales".

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