4. Ernst Haeckel

Ernst Heinrich Haeckel nació el 16 de febrero de 1834 en la ciudad de Postdam, Alemania. Un año después de acabar su doctorado, en 1861, Haeckel se convirtió en profesor de Zoología y Anatomía Comparada en la Universidad de Jena, puesto en el que se mantendrá durante el resto de su vida. Es mismo año se casó con Anna Sethe. Haeckel se convertiría en uno de los zoólogos más brillantes e influyentes de la segunda mitad del siglo XIX, y en el hombre que, más que ningún otro, estableció el puente entre los argumentos raciales y eugenésicos de Darwin y las políticas raciales y eugenésicas del Tercer Reich de Hitler.
El origen de las especies de Darwin fue traducido por primera vez al alemán en 1860, un año después de su publicación ern Inglaterra. Haeckel lo leyó ese verano mientras estaba trabajando en su doctorado; y, según él mismo dijo, “hizo que las escamas se cayesen de mis ojos”, porque “en la gran concepción unificada de la naturaleza de Darwin y en su apabullante argumentación de la doctrina de la evolución encontré la respuesta a todas las dudas que me habían importunado desde el comienzo de mis estudios de Biología”. Seis años después, Haeckel publicó su obra en dos volúmenes Generelle Morphologie (Morfología general), un gran esfuerzo por subsumir toda la ciencia bajo los principios darvinianos. En parte, ese logro fue el resultado de haberse arrojado con pasión al trabajo, con un fervor que nacía de su dolor. Su amada esposa, Anna, había enfermado repentinamente en febrero de 1864, y murió el 14 de ese mismo mes, el día del treinta cumpleaños de Haeckel (Haeckel se casaría de nuevo en 1867 con Agnes Huschke, la hija de un profesor de Anatomía de Jena).
La admiración de Haeckel hacia Darwin no conocía límites. Antes de conocerle personalmente le escribió un sinnúmero de cartas en las que le detallaba los éxitos del darwinismo en Alemania y le informaba de cómo había convertido Jena en “una fortaleza del darwinismo”. También informaba a Darwin de que había conseguido aumentar sustancialmente la asistencia a sus clases, hasta reunir ciento cincuenta estudiantes por grupo. En su dolor como joven viudo, incluso le envió una foto de sua amada esposa. También se aseguró de que Darwin recibiese las primeras pruebas de Generelle Morphologie en 1866 (el alemán de Darwin era terrible; después de esforzarse hasta la extenuación leyendo la obra de Haeckel durante varias semanas, en las que no consiguió avanzar prácticamente nada, Darwin manifestó a Thomas Huxley: “Estoy seguro de que el libro me gustaría mucho su pudiese leerlo con soltura, en lugar de tener que arrastrarme frase tras frase”).
Ese mismo año, el joven y prometedor Haeckel hizo una peregrinación a Downe, Inglaterra, para conocer personalmente al anciano Darwin, siendo muy bien recibido (no sería ni mucho menos su última visita, aunque eso es lo que hubiese deseado la esposa de Darwin, Emma, a la que no le divertían precisamente sus modos estruendosos y rimbombantes). De hecho, Darwin escribiría a un amigo suyo en Bonn que la popularidad del darwinismo en Alemania, y no en Inglaterra, era la “razón principal para mantener la esperanza en que nuestros puntos de vista acabarán prevaleciendo”. Posteriormente, después de publicar El origen del hombre (1871), Darwin escribiría a Haeckel: “Dudo que mis fuerzas me permitan llevar a cabo mucho más trabajo serio (…) eso no importa demasiado, puesto que hay muchos hombres igualmente capaces, y quizás más capaces que yo mismo, de llevar a cabo nuestro trabajo; y entre éstos tú eres el más destacado”.
Por supuesto, Haeckel se adhería al sistema darvinista en su totalidad, para el que elaboró no sólo la teoría biológica descriptiva, sino la agenda eugenésica prescriptita que sería desarrollada por Darwin en El origen del hombre (lo hizo con fuerza y tal furor anticlerical, que hizo ponerse nervioso al mucho más cauto Darwin). De hecho, sería justo decir que la importancia de Haeckel no reside en que elaborase nada nuevo, sino precisamente en que desarrolló todo el abanico de implicaciones del darwinismo, proclamando la nueva verdad con intensidad, frecuencia y una brutal coherencia, algo a loa que Darwin se mostraba reticente. De este modo, en Haeckel encontramos un apoyo pleno y sin vacilaciones no sólo a la eugenesia y la exterminación racial, también al aborto, el infanticidio y la eutanasia.
Gran parte de la influencia de Haeckel, en Alemania y en todas partes, es consecuencia de su disponibilidad para dirigirse a las clases populares desde cualquier plataforma que estuviese a su alcance y predicar el darwinismo en voz alta y clara, con un estilo que atraía a las masas. Repitiendo la experiencia de tantos pensadores influyentes, Haeckel consideraba que su gran obra, Generalle Morphologie, era demasiado densa para tener suficiente efecto, de modo que pronto escribió dos versiones divulgativas, Natürliche Schöpfungsgeschichte (1868) y Anthropogenie (1874). Se convirtieron inmediatamente en éxitso de ventas, haciéndole así uno de los científicos más influyentes del momento, y no sólo en Alemania. Los puntos de vista de Haeckel tuvieron una gran influencia mucho más allá de las fronteras de su propio país. Sus libros no sólo vendieron cientos de miles de ejemplares en Alemania, sino que fueron traducidos a veintisiete idiomas.
Si examinamos con atención su forma de exponer, podemos ver por qué era un discípulo tan persuasivo. Haeckel no se contentaba con presentar el darwinismo como una simple explicación científica del origen y desarrollo de las especies. Lo entendía, y de forma muy correcta, como parte de la entera cosmología materialista que se había infiltrado lentamente en el pensamiento occidental a partir del Renacimiento. Esta nueva cosmología necesitaba una religión que se ajustase a ella, así que Haeckel hizo del darwinismo una especie de filosofía religiosa natural, a la cual denominó “monismo”, un término que pretendía contraponerse al “dualismo” entre espíritu y materia. Para Haeckel, la vida y el pensamiento europeo se pervirtieron cuando la humanidad se separó de la naturaleza a través de la creencia en que los seres humanos eran cualitativamente diferentes de otras cosas naturales por tener un alma inmortal. El principal proponente de esta visión “dualista” era el cristianismo (aunque para Haeckel también el platonismo era culpable). Haeckel consideraba que el cristianismo y la ciencia materialista estaban inmersos en una kulturkampf (guerra cultural). Dedicó el monismo, la religión del materialismo científico, a extirpar no sólo este erróneo dualismo, sino más allá de eso a extirpar a su promotor, el cristianismo.
En cuanto antídoto del cristianismo, el monismo era una extraña mezcla de puro materialismo y adoración cuasi-panteísta de la naturaleza. “Alles ist Natur, Natur ist Alles” (“Toda es la naturaleza, la naturaleza lo es todo”). Para Haeckel, “la idea monástica de Dios, que es la única compatible con nuestro actual conocimiento de la naturaleza, reconoce el espíritu divino en todas las cosas”. Mediante esta afirmación pretendía decir que debíamos considerar la “animación” de la materia bruta por la energía y la sleyes que rigen la naturaleza como la nueva deidad, de modo que “podrñiamos, por lo tanto, representar a Dios como la suma de todas las fuerzas naturales, la suma de todas las fuerzas atómicas y d etodas las vibraciones del éter”.
Como devoto panteísta, Haeckel estaba convencido de que el cristianismo habái separado al pueblo alemán de su recta y precristiana adoración de la naturaleza, y de que debía volver a esas raíces precristianas. (¡Llegó a propugnar la adoración del sol!). De este modo dio la voz al infame movimiento Völkisch alemán, posteriormente utilizado con magníficos resultados por Hitler, que aconsejaba a los alemanes volver a sus raíces raciales, a su idiosincrasia (Volk) histórica y natural, para de este modo deshacerse de las perversas influencias de la fe cristiana.
Para Haeckel, el darwinismo era la ciencia que permitía socavar todos los aspectos del dualismo cristiano. En su obra Wonders of life (Las maravillas de la vida), Haeckel se burlaba del Credo de los apóstoles. En contra de la creencia de que “Dios Padre Todopoderoso” es el “Creador del Cielo y de la Tierra”, Haeckel clamaba que la “ciencia moderna de la evolución ha demostrado que nunca existió una tal creación, sino que el universo es eterno y que la ley de la sustancia lo regula todo”. Jesucristo no corría mejor suerte. “El mito de la concepción y el nacimiento de Jesucristo es una simple ficción, y está al mismo nivel que otros cientos de mitos de otras religiones (…) Las curiosas aventuras de Cristo después de su muerte, el descenso a los infiernos, la resurrección y la ascensión, son igualmente mitos fantásticos debidos a las estrechas ideas geocéntricas de un pueblo inculto”. Por supuesto, la Resurrección era igualmente ficticia, porque “la creencia en la inmortalidad del alma se reveló insostenible cuando Darwin hizo trizas el dogma del antropocentrismo”, al demostrar que los seres humanos no son más que un animal más dentro del eternamente cambiante espectro de la evolución. La creencia en que los seres humanos son el pináculo de la creación sobre la tierra era una “inconmensurable presunción por parte del hombre, (que) le ha llevado erróneamente a considerarse imagen de Dios y a clamar por una vida eterna para su efímera personalidad”. Para Haeckel “no tiene sentido alguno hablar hoy en día de la inmortalidad de la persona, cuando sabemos que esa persona, con todas sus cualidades individuales de cuerpo y mente, ha surgido del acto de la fertilización”. Por “la vida psíquica del hombre difiere de la de los mamíferos más próximamente emparentados con él sólo en grado, no en clase”.
El darwinismo era una cura de humildad, porque dejaba claro que no hemos sido creados como el pináculo de la naturaleza por algún ser divino situado más allá de ella, sino que simplemente somos un producto más de la evolución surgida desde la misma naturaleza. En consecuencia, deberíamos rechazar la ilusoria y acientífica creencia según la cual los seres humanos están creados a imagen de Dios para, en cambio, abrazar como propias las leyes de la evolución. La selección natural de Darwin debería convertirse, por tanto, en el fundamento de la sociedad humana y de su moralidad, desplazando así las leyes y códigos morales basados en el cristianismo, que inhiben la lucha natural y la consiguiente supervivencia de los más aptos.

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