2. Herbert Spencer

El pensamiento social de finales del siglo XIX brotó con tanta fuerza de las teorías de la evolución de C. Darwin, que sus ideas principales fueron conocidas como darwinismo social. La segunda mitad del siglo XIX fue un período de entusiasmo revolucionario, tanto en las calles como en las academias, y los políticos, sociólogos, economistas, etc. Se apropiaron de C. Darwin como su principal portavoz intelectual.
Aunque, como se ha señalado, el darvinismo surgió como una doctrina científica que pretendía explicar el proceso evolutivo, ganó adeptos entre los cultivadores de las ciencias sociales. De esta manera, el término evolución comenzó a aparecer en los libros consagrados a la Antropología, la Sociología, etc. Y es que los planteamientos darvinistas proporcionaban fundamento para la justificación de las corrientes de la época. Ciertamente, la teoría de la selección natural, interpretada como la supervivencia de los más aptos – en el sentido de los más adaptados al estado social –, proporcionaba un medio para explicar – y justificar – los procesos sociales del momento.
Apoyándose en tal teoría, surgieron propuestas éticas de conducta que buscaban servir mejor a la supervivencia de los aptos. De este modo, H. Spencer, inspirándose en la idea de evolución de las formas de vida y partiendo de los datos proporcionados por las ciencias naturales, desarrolló un sistema ético que pretendía unir, en una sola visión, el mundo de los hechos y el mundo de los valores. En su obra Estática social (Social Statics, 1850) proponía una explicación biológica de la moral o, lo que es lo mismo, una biologización de la ética.

“Todos debemos admitir que nos guiamos hacia nuestro bienestar corporal por los instintos; también (debemos admitir) que es desde los instintos desde donde brotan aquellas relaciones domésticas por las cuales alcanzamos otros objetos importantes; y (debemos admitir) que ciertos apuntes (certain prompters) que llamamos sentimientos nos aseguran un beneficio indirecto, mediante la regulación de las relaciones sociales. Es entonces probable que exista una especie de mecanismo mental que está todo el tiempo trabajando, y que, puesto que la conducta correcta de cada uno de los seres es necesaria para la felicidad de todos, exista por ello en todos nosotros un impulso que nos incline hacia tal conducta, o, con otras palabras, que todos poseamos un “Sentido moral” (Moral Sense)” Spencer, Social Statics.

Partiendo de ahí y asumiendo que todo en la naturaleza – también la moral – se explicaba según el principio de supervivencia de los más aptos, la postura de H. Spencer buscaba justificar que todos los comportamientos se ordenaban a lograr la conservación de los más capaces, lo que suponía la consecuente desaparición de los ineptos o inadaptados. De este modo, afirmaba que todo mal derivaba de la no adaptación al medio.

“Retengamos en la mente esta verdades: que todo mal proviene de la no adaptación de la constitución a las circunstancias; y que, donde existe tal falta de adaptación, se está continuamente decreciendo por el cambio de constitución que debe darse – y no se da – en función de las circunstancias. Debemos estar preparados para comprender la presente posición de la raza humana” H. Spencer, Social Statics.

Por ello proponía que se mirase a la naturaleza como criterio moral, con el objetivo de que cada uno adaptase su conducta a las exigencias de la naturaleza, para, de este modo, ir a la par con el proceso evolutivo.

“En general, la cuestión depende de la cantidad de sentimientos morales que posean los hombres, o, con otras palabras, depende del grado de adaptación al estado social que los sujetos hayana alcanzado”. H. Spencer

En el Estado moderno, lo natural exigía adaptarse al estado social, servir a este estado. La no adaptación traía como consecuencia el mal. Así, consideraba principio universal que un individuo adulto percibiera beneficios en función directa de su mérito, el cual se mediría por su adaptación al entorno social. Con otras palabras, los individuos mal adaptados sufrirían las condiciones de su existencia, mientras que los mejor adaptados se beneficiarían de su superioridad. De este modo, el que no fuese lo suficientemente fuerte como para subsistir, debería sucumbir.

“El estado actual de progreso pide que toda persona incapaz de bastarse a sí misma, perezca” H. Spencer.

En definitiva, par H. Spencer, el progreso humano quedaba confiado a la supervivencia de los más aptos.

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