7.1. Sociobiología o socialdarwinismo: La liquidación de la noción de naturaleza humana en la tribalidad.

La conexión entre ecología y socialdarwinismo, ideología que defiende la tesis de la “lucha por la vida” como elemento clave en la explicación de las sociedades humanas, es bien antigua. Se remonta al origen del término mismo “ecología”. Como es bien sabido, Haeckel fue un gran defensor de las ideas darvinistas. Su obra Welträtsel (Enigmas del universo”, de 1899, defendía la necesidad de aplicar medidas drásticas para acabar con la superpoblación y defender el paisaje, ideas que parecen haber influido en el OEIN Kampf de Adolf Hitler. Es más, el socialdarwinismo divulgó en la Alemania preñáis la idea del retorno a la tierra, con obras como la de Alfred Rosemberg y su defensa del Lebensraum; todo ello justificaría las críticas a tales usos de la ecología en política (sobre ello, certeramente, L. Ferry).
Posteriormente el socialdarwinismo mostraá su rostro más radical, en Dart, Robert Ardrey (1976) o Moscovici, que son en extremo antihumanistas, en cuanto tienen al hombre por un chimpacé más evolucionado debido a su capacidad de matar por su carácter cazador y carnívoro. De ahí que vean con especial preocupación el paso del cazador Australopithecus, al agrícola homo sapiens, ya que aquel se consideraba razonablemente un animal más y éste se ha creído el amo de la naturaleza. “Desde que el hombre ha dejado de considerarse un animal más – escribe Ardrey –, no cabe más camino de retorno que el hambre, la destrucción , y la muerte” (p. 224). Este inhumanismo fue anticipado por el entomólogo Fabre, que veía al hombre como un insecto y a la guerra como algo inevitable. De ahí lo acertado del calificativo de “etólogos tremebundos” (Sanmartín, p. 275 ss.). Pese a su aparente coincidencia en el pesimismo, y la inevitabilidad de la violencia, estos autores invierten a Hobbes, que postulaba el predominio de la sociedad civil sobre la natural, ya que son radicalmente biologistas; sería Behemoth quien triunfa, según ellos (Viola).
Tales planteamientos van unidos, a su vez, a la exaltación del dominio del macho sobre la hembra, y por tanto al patriarcalismo, que pasa a ser considerado igualmente como inevitable por un autor como Goldberg. En el fondo la sumisión de la mujer es la otra cara de la moneda de la inevitabilidad de la guerra, de la que la mujer queda excluida como sujeto (Shiva, 1993, pp. 64-65 y 128).
Mucho más moderadas son las posiciones de Edgar Morin o de Honrad Lorenz, que aparece como un auténtico humanista al oponerse a la domesticación del hombre (propia del conductismo de Skinner), y el mismo E. O. Wilson, que al final de su capítulo sobre la agresión (p. 173, nota) se adhiere a las tesis de Margaret Mead sobre el mestizaje como intento de paliar la violencia, y a Horowitz, en su lucha contra la pureza étnica… Bien es verdad que tal tarea es sumamente dificultosa por la tendencia de los genes a su conservación (p. 237).
Pese a su menor inhumanismo en relación con los etólogos más radicales, Wilson (pp. 160 ss.), lleva a cabo la liquidación de la idea de la unidad de la especie humana, debido al hecho de la diferenciación inexcusable entre nosotros y ellos, por razones ecológicas, de pura supervivencia, tal como él mismo dice comentando a Vayda, War in ecological perspectiva (cit. En p. 169). Las razones de la violencia son siempre la superpoblación y la lucha por el territorio. De ahí que se considere como el elemento central de la organización animal y humana la territorialidad (Wilson, pp. 155 ss.). Es el elemento que vertebra el grupo e impide que se espanda o se derrumbe. Su no respeto conduce necesariamente a la guerra. La territorialidad, según K. Lorenz, surgió con la agricultura y la superpoblación. De ahí la necesidad de separar a los otros en amigos o enemigos.
En cualquier caso, todos los sociobiólogos se refieren a la sociedad como algo ceñido a un lugar (biotopo) y a unas fronteras determinadas que no es posible trascender, y por ello aceptan el etnocentrismo como una característica fundamental del hecho social. De ello sería manifestación el hecho de que gran número de pueblos se autodeterminan “los hombres”, dando a entender que son superiores a todos los demás, mientras que califican de modo peyorativo a los otros pueblos (ib., p. 31). Este etnocentrismo es el que para los representantes de la sociobiología resulta afianzado por los resultados de otras recientes ciencias, como la genética, desde Mendel a Dawkins. Pero es extraordinariamente dudoso que de la genética puedan desprenderse consecuencias a favor del determinismo (sobre ello consúltese el libro de Suzuki).
Los problemas ecológicos deberían por el contrario llevar a superar la morfología social basada en el etnocentrismo y a lograr la unida planetaria, tal como propusieron diferentes etólogos y antropólogos destacando la necesidad de reflexionar sobre la exigencia de acabar con la idea de enemigo para hacer frente a los riesgos de supervivencia, idea que impregna los últimos informes mundiales sobre la problemática ambiental. Esa exigencia conduce, a su vez, hacia lo supraterritorial y supranacional en la defensa de los derechos humanos.
Como vemos, en la tecnocracia se hace hincapié en la producción y en el individualismo; en la sociobiología, en las armas y en los genes. Pero las propuestas concretas pueden converger en lo peor: la inevitalidad de los complejos militares industriales y el neomaltusianismo. Los socialdarwinistas tienden, como vemos, al determinismo genético y coinciden totalmente con los tecnócratas en lo que se refiere al egoísmo humano, que consideran inevitable y fuente de bienes en ambos casos, aunque por modos diversos.
Resumiendo, la sposturas biocéntricas olvidan la diferencia cualitativa del hombre consistente en su mayor movilidad respecto al vegetal y al animal, así como en su posibilidad de cultivar la naturaleza y administrarla cuidadosamente. Por ello rechazan que la principal riqueza biológica sea el hombre. Pueden contribuir a corregir la economía teniendo en cuenta el largo plazo y las necesidades de futuras generaciones, pero no las necesidades actuales, dado que no atienden a las exigencias de la solidaridad planetaria con todos los seres humanos. Respecto a la política, discrepan abiertamente las posturas de los partidarios de la sociobiología y de la deep ecology. Los primeros subrayan el carácter cerrado de la convivencia humana, al insistir en la territorialidad, mientras que los segundos son cosmopolitas y pacifistas, al buscar su inspiración en Kropotkin y Gandhi (Devall/Sessions). Los primeros consideran inevitable el chovinismo en las relaciones interhumanas, los segundos consideran el chovinismo rechazable incluso el del humanismo planetario. Podría decirse, en términos de los ecosistemas, que la deep valora por igual todos los elementos del biotopo, mientras que la sociobiología considera que la biocenosis queda limitada a un determinado espacio. La deep insiste en la igualdad biológica; sería, en este sentido, de extrema izquierda, por decirlo ideológicamente. La sociobiología insiste en la diferenciación espacial; sería de extrema derecha. Sus consecuencias son, sin embargo, idénticas. Su dependencia de Malthus y de Darwin les conduce en ambos casos al inhumanismo.

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