5. William Graham Sumner
William Graham Sumner (1840-1910) nace en Paterson, New Jersey (Estados Unidos de América) el 30 de octubre de 1840. Sociólogo y economista reputado, ingresa en Yale en 1859 donde cursa estudios sobre las materias de las que será especialista. Su formación intelectual, sin embargo, no se limita a los campos de la sociología y la economía. Entre los años 1863 y 1866, Sumner estudia teología en Göttingen y Oxford, siendo posteriormente ordenado ministro episcopal. Vuelve posteriormente a Yale donde ejerce como tutor de estudios clásicos durante cerca de tres años. En 1872 entra a formar parte del cuerpo docente de este centro universitario en el que imparte clases de ciencia política y social. En 1874 sale a la luz su primer libro: Una historia de moneda americana. Desde ese momento, emprende una intensa actividad productiva, hasta el punto de publicar, entre 1876 y 1890, siete libros y más de cien artículos. En 1890 Sumner sufre una grave enfermedad nerviosa, acaso en parte como consecuencia del esfuerzo intelectual desarrollado durante los años anteriores. En otoño de 1892 se reincorpora a Yale, pero sus fuerzas y capacidades ya no son lo que eran. Aun así, en los cinco años que siguen a su enfermedad, todavía se siente con suficiente energía como para escribir una considerable serie de artículos científicos y dos libros más. Muere el 10 de abril de 1910.
Economista americano y darwinista social. Sumner piensa que en las sociedades humanas los individuos compiten entre sí; los que triunfan y alcanzan posiciones de poder, han sido seleccionados en esa lucha por ser los más eficaces, y ello se traduce en un aumento de la eficiencia global de la sociedad.
"Las diferencias de clase resultan simplemente de los distintos grados de éxito con que los hombres aprovechan las oportunidades que se les ofrecen. En vez de esforzarse por redistribuir las adquisiciones hechas entre las clases existentes, nuestro objetivo debe ser aumentar, extender y multiplicar las oportunidades. (Subrayado en el original) (...) Esta expansión no es una garantía de igualdad. Por el contrario, si hay libertad, algunos aprovecharán las oportunidades con entusiasmo y otros las desaprovecharán. Por tanto, cuanto mayores sean las oportunidades, más desigual será la fortuna entre estas dos clases de hombres. Así debe ser con toda justicia y toda razón. (...) Si ampliamos las oportunidades aseguramos el crecimiento general y constante de la civilización y el progreso de la sociedad por medio y a través de sus miembros mejores. (Sumner, What Social Classes Owe to Each Other?, Caldwell, Ohio: Caxton 1883, 1952).
Sumner parece considerar que la competencia y la selección sólo actúan para los que aspiran a puestos dirigentes. En la realidad, sea cual sea el medio en que se desarrolle la vida de un individuo, deberá resolver dificultades. Y esas dificultades no tienen por que ser mayores en la competencia por los puestos más elevados. El "padrino" de una banda mafiosa se ha expuesto sin duda a peligros mucho más graves para obtener y mantener su grado jerárquico que el juez que tiene capacidad para enviarlo a prisión. Además, Sumner valora éticamente con demasiada imprudencia -"con toda justicia y toda razón", "sus miembros mejores "los resultados de la selección cuando en la realidad para muchos individuos. la clave de su triunfo puede encontrarse en comportamientos socialmente indeseables como el crimen o el monopolio. Las divertidas -o sombrías, según como se miren descripciones que hace Thorstein Veblen del comportamiento de los "capitanes de la industria", de cómo utilizaron algunos el engaño, la extorsión, la violencia incluso para alcanzar el éxito, impiden completamente que se pueda compartir los juicios de valor de Sumner.
Selección natural
El darwinismo social fue una doctrina del individualismo inventada en el siglo XIX en Inglaterra por el filósofo Herbert Spencer. Muy amigo de Charles Darwin, fue Spencer el que acuñó la frase "la sobrevivencia del más apto" y lo hizo nueve años antes de que Darwin publicara su Origen de las Especies.
Esta doctrina nunca se infiltró en la política británica con la fuerza con que lo hizo en la estadounidense, donde fue propagada en forma brillante por William Graham Sumner, un experto en debates de la Universidad de Yale.
Argumentaba que las intervenciones del gobierno para regular la vivienda, la salud pública, las fábricas y demás eran equivocadas. Su opinión era que todas esas reglas impedían la libre empresa, que a su vez era la creadora de la riqueza.
“Los amigos de la humanidad siempre toman como punto de partida los sentimientos benevolentes hacia los «pobres», los «débiles» y los «trabajadores», a quienes acogen bajo su manto protector, como si de un perrillo faldero se tratara.(…) El propósito expreso que mueve semejante plan de actuación consiste en hacer que los mejor situados económicamente en la sociedad mantengan a los peor situados. Ocurre, sin embargo, según hemos visto, que constituyendo la riqueza la fuerza por la cual la civilización se sostiene y progresa, una misma cantidad de riqueza no sirve para dos fines diferentes. De hecho, cada pequeña porción de recursos que se entrega a un ocioso e improductivo miembro de la sociedad, y no es, por tanto, restituida, queda desviada de su finalidad, que es netamente reproductiva. Si, por el contrario, es orientada a un fin provechoso, revierte en forma de un sueldo que disfruta el empleado competente y productivo”. William Gram. Sumner. El hombre olvidado
Sumner teorizaba que la humanidad progresa solamente por la "incesante desaparición del débil a manos del más fuerte".
Políticos de todos los colores se mostraron de acuerdo. Grover Cleveland, un presidente demócrata, llegó al paroxismo de la filosofía con su célebre afirmación de 1877.
Tras serle solicitada ayuda federal para granjeros de Texas afectados por una intensa sequía respondió: "No creo que el poder y los servicios del gobierno general deban ser extendidos hacia el alivio del sufrimiento individual (...) La lección que debe ser impuesta constantemente es que aunque el pueblo apoye al gobierno, el gobierno no debe apoyar al pueblo".
Esta actitud nunca desapareció del todo y quizá nunca lo haga. Su atractivo es enorme no sólo para los económicamente poderosos con una fe inquebrantable en el mercado, sino también para los idealistas románticos del individualismo de Thomas Jefferson.
Más allá del impacto moral y político que puedan revestir acuñaciones y expresiones del tenor de la «lucha por la vida», la «supervivencia del más apto» y el «laissez-faire», lo cierto es que los argumentos de la mayoría de los denominados «darwinistas sociales» - interpretados, por lo general, con una intención más ideológica que científica- atienden preferentemente a las virtualidades y caracterizaciones de la competencia y a su legitimación. Por ejemplo, la consideración de las políticas «sociales», de asistencia social, de «solicitud al otro» y beneficencia a cargo de fondos públicos, así como de toda clase de empresas de proteccionismo ético y político, e intervencionismo económico, que sirven de base para soportar el denominado «Estado de Bienestar», puesto en marcha triunfal a lo largo del siglo XX.
La obra de W. G. Sumner no ha logrado escapar tampoco a este simplista encasillamiento, ni a su simple descalificación por prejuicios ideológicos característicos del pensamiento único realmente existente. Se olvida, o sencillamente se omite, sin embargo, la práctica de la contextualización histórica y de los análisis comparados, sin los cuales ni los textos de Sumner ni las de sus coetáneos adquieren su justa apreciación. Una perspectiva de investigación ésta desarrollada, entre otros, por el notable historiador de las ideas norteamericano Louis Menand, y de la que es una muestra el siguiente fragmento:
«Lo que parece darwinismo social en los empresarios de la generación de Pullman{1} era por lo general sólo la creencia protestante en las virtudes de la ética del trabajo combinada con la creencia lockeana del carácter sagrado de la propiedad privada: nada tenía que ver con la evolución.
Y aunque Sumner era profesor en Yale, las ciencias sociales americanas en esencia se constituyeron en disciplina como una reacción contra las ideas de laissez-faire asociadas con Sumner y su profesor de filosofía, Herbert Spencer. Después de todo, ¿qué suposición ofrece una base más promisoria para un campo de investigación, la suposición de que las sociedades se desarrollan según leyes subyacentes cuya eficiencia no puede ser mejorada por políticas públicas, o la suposición de que las sociedades son organismos multivariables cuyo progreso puede ser guiado por una inteligencia científica? Las profesiones cobran existencia porque hay una demanda de pericia. La pericia requerida para repetir, en cada situación "Que el mercado decida» (o, como le agradaba decir a Sumner, «Trabajar muy duro o fracasar») no es grande.»
“Los recursos de la Naturaleza contra el vicio son terribles. Sanciona a sus víctimas sin piedad. Así, de acuerdo con el orden natural de las cosas, el borracho no merece estar más que en el fango. La Naturaleza instituye que esta clase de sujetos se encamine hacia un proceso de decadencia y disolución que permita sobrevivir sólo los que produce alguna utilidad. La holgazanería y otros vicios innombrables provocan su propia expiación”. William Gram. Sumner. El hombre olvidado
“Lo realmente importante es percatarse del papel que cumple el fulcrum –o punto de apoyo de la palanca– en la prosperidad de los individuos. En el marco de la sociedad esto supone que ascender a un hombre lleva implícito hacer descender de nivel a otro”. William Gram. Sumner. El hombre olvidado
Economista americano y darwinista social. Sumner piensa que en las sociedades humanas los individuos compiten entre sí; los que triunfan y alcanzan posiciones de poder, han sido seleccionados en esa lucha por ser los más eficaces, y ello se traduce en un aumento de la eficiencia global de la sociedad.
"Las diferencias de clase resultan simplemente de los distintos grados de éxito con que los hombres aprovechan las oportunidades que se les ofrecen. En vez de esforzarse por redistribuir las adquisiciones hechas entre las clases existentes, nuestro objetivo debe ser aumentar, extender y multiplicar las oportunidades. (Subrayado en el original) (...) Esta expansión no es una garantía de igualdad. Por el contrario, si hay libertad, algunos aprovecharán las oportunidades con entusiasmo y otros las desaprovecharán. Por tanto, cuanto mayores sean las oportunidades, más desigual será la fortuna entre estas dos clases de hombres. Así debe ser con toda justicia y toda razón. (...) Si ampliamos las oportunidades aseguramos el crecimiento general y constante de la civilización y el progreso de la sociedad por medio y a través de sus miembros mejores. (Sumner, What Social Classes Owe to Each Other?, Caldwell, Ohio: Caxton 1883, 1952).
Sumner parece considerar que la competencia y la selección sólo actúan para los que aspiran a puestos dirigentes. En la realidad, sea cual sea el medio en que se desarrolle la vida de un individuo, deberá resolver dificultades. Y esas dificultades no tienen por que ser mayores en la competencia por los puestos más elevados. El "padrino" de una banda mafiosa se ha expuesto sin duda a peligros mucho más graves para obtener y mantener su grado jerárquico que el juez que tiene capacidad para enviarlo a prisión. Además, Sumner valora éticamente con demasiada imprudencia -"con toda justicia y toda razón", "sus miembros mejores "los resultados de la selección cuando en la realidad para muchos individuos. la clave de su triunfo puede encontrarse en comportamientos socialmente indeseables como el crimen o el monopolio. Las divertidas -o sombrías, según como se miren descripciones que hace Thorstein Veblen del comportamiento de los "capitanes de la industria", de cómo utilizaron algunos el engaño, la extorsión, la violencia incluso para alcanzar el éxito, impiden completamente que se pueda compartir los juicios de valor de Sumner.
Selección natural
El darwinismo social fue una doctrina del individualismo inventada en el siglo XIX en Inglaterra por el filósofo Herbert Spencer. Muy amigo de Charles Darwin, fue Spencer el que acuñó la frase "la sobrevivencia del más apto" y lo hizo nueve años antes de que Darwin publicara su Origen de las Especies.
Esta doctrina nunca se infiltró en la política británica con la fuerza con que lo hizo en la estadounidense, donde fue propagada en forma brillante por William Graham Sumner, un experto en debates de la Universidad de Yale.
Argumentaba que las intervenciones del gobierno para regular la vivienda, la salud pública, las fábricas y demás eran equivocadas. Su opinión era que todas esas reglas impedían la libre empresa, que a su vez era la creadora de la riqueza.
“Los amigos de la humanidad siempre toman como punto de partida los sentimientos benevolentes hacia los «pobres», los «débiles» y los «trabajadores», a quienes acogen bajo su manto protector, como si de un perrillo faldero se tratara.(…) El propósito expreso que mueve semejante plan de actuación consiste en hacer que los mejor situados económicamente en la sociedad mantengan a los peor situados. Ocurre, sin embargo, según hemos visto, que constituyendo la riqueza la fuerza por la cual la civilización se sostiene y progresa, una misma cantidad de riqueza no sirve para dos fines diferentes. De hecho, cada pequeña porción de recursos que se entrega a un ocioso e improductivo miembro de la sociedad, y no es, por tanto, restituida, queda desviada de su finalidad, que es netamente reproductiva. Si, por el contrario, es orientada a un fin provechoso, revierte en forma de un sueldo que disfruta el empleado competente y productivo”. William Gram. Sumner. El hombre olvidado
Sumner teorizaba que la humanidad progresa solamente por la "incesante desaparición del débil a manos del más fuerte".
Políticos de todos los colores se mostraron de acuerdo. Grover Cleveland, un presidente demócrata, llegó al paroxismo de la filosofía con su célebre afirmación de 1877.
Tras serle solicitada ayuda federal para granjeros de Texas afectados por una intensa sequía respondió: "No creo que el poder y los servicios del gobierno general deban ser extendidos hacia el alivio del sufrimiento individual (...) La lección que debe ser impuesta constantemente es que aunque el pueblo apoye al gobierno, el gobierno no debe apoyar al pueblo".
Esta actitud nunca desapareció del todo y quizá nunca lo haga. Su atractivo es enorme no sólo para los económicamente poderosos con una fe inquebrantable en el mercado, sino también para los idealistas románticos del individualismo de Thomas Jefferson.
Más allá del impacto moral y político que puedan revestir acuñaciones y expresiones del tenor de la «lucha por la vida», la «supervivencia del más apto» y el «laissez-faire», lo cierto es que los argumentos de la mayoría de los denominados «darwinistas sociales» - interpretados, por lo general, con una intención más ideológica que científica- atienden preferentemente a las virtualidades y caracterizaciones de la competencia y a su legitimación. Por ejemplo, la consideración de las políticas «sociales», de asistencia social, de «solicitud al otro» y beneficencia a cargo de fondos públicos, así como de toda clase de empresas de proteccionismo ético y político, e intervencionismo económico, que sirven de base para soportar el denominado «Estado de Bienestar», puesto en marcha triunfal a lo largo del siglo XX.
La obra de W. G. Sumner no ha logrado escapar tampoco a este simplista encasillamiento, ni a su simple descalificación por prejuicios ideológicos característicos del pensamiento único realmente existente. Se olvida, o sencillamente se omite, sin embargo, la práctica de la contextualización histórica y de los análisis comparados, sin los cuales ni los textos de Sumner ni las de sus coetáneos adquieren su justa apreciación. Una perspectiva de investigación ésta desarrollada, entre otros, por el notable historiador de las ideas norteamericano Louis Menand, y de la que es una muestra el siguiente fragmento:
«Lo que parece darwinismo social en los empresarios de la generación de Pullman{1} era por lo general sólo la creencia protestante en las virtudes de la ética del trabajo combinada con la creencia lockeana del carácter sagrado de la propiedad privada: nada tenía que ver con la evolución.
Y aunque Sumner era profesor en Yale, las ciencias sociales americanas en esencia se constituyeron en disciplina como una reacción contra las ideas de laissez-faire asociadas con Sumner y su profesor de filosofía, Herbert Spencer. Después de todo, ¿qué suposición ofrece una base más promisoria para un campo de investigación, la suposición de que las sociedades se desarrollan según leyes subyacentes cuya eficiencia no puede ser mejorada por políticas públicas, o la suposición de que las sociedades son organismos multivariables cuyo progreso puede ser guiado por una inteligencia científica? Las profesiones cobran existencia porque hay una demanda de pericia. La pericia requerida para repetir, en cada situación "Que el mercado decida» (o, como le agradaba decir a Sumner, «Trabajar muy duro o fracasar») no es grande.»
“Los recursos de la Naturaleza contra el vicio son terribles. Sanciona a sus víctimas sin piedad. Así, de acuerdo con el orden natural de las cosas, el borracho no merece estar más que en el fango. La Naturaleza instituye que esta clase de sujetos se encamine hacia un proceso de decadencia y disolución que permita sobrevivir sólo los que produce alguna utilidad. La holgazanería y otros vicios innombrables provocan su propia expiación”. William Gram. Sumner. El hombre olvidado
“Lo realmente importante es percatarse del papel que cumple el fulcrum –o punto de apoyo de la palanca– en la prosperidad de los individuos. En el marco de la sociedad esto supone que ascender a un hombre lleva implícito hacer descender de nivel a otro”. William Gram. Sumner. El hombre olvidado