3. Walter Bagehot

Las tesis del darwinismo social, entre cuyos más conspicuos doctrinarios sobresalieron los ingleses Herbert Spencer y Walter Bagehot y el norteamericano W.Graham Summer, fueron ampliamente esgrimidas como soporte del capitalismo liberal basado en el "laissez faire", así como para justificar la estratificación social en razón de las desigualdades biológicas existentes entre los individuos. De acuerdo con dichas tesis, la riqueza y la posición social no eran sino el resultado de la adaptación al medio (capitalista) de los mejor dotados, por lo que la competitividad debería mantenerse sin restricción alguna como medio para garantizar la selección natural. Llegados a este punto, no estará de más hacer un pequeño inciso para preguntarse por qué razón los abanderados de tan ingeniosos planteamientos no propugnaron también, como hubiera sido lo lógico, la abolición de los derechos sucesorios, para que así, partiendo de cero, los herederos de las grandes fortunas pudieran demostrar su superioridad biológica en igualdad de condiciones con los más "inadaptados".
El conocido comentarista de la Constitución inglesa, Walter Bagehot, también sacó conclusiones de carácter liberal del darwinismo, aunque no tan extremas. En Física y Política (1872), Bagehot sostuvo que, hasta entonces, las sociedades habían necesitado rodearse de una "costra de costumbre" para poder sobrevivir; en el estado actual de progreso, sin embargo, esa costra se había convertido en un obstáculo más que en una ayuda para el desarrollo. En el presente la "era de la discusión, que otorga un premio a la inteligencia, y engendra esa cualidad de animada moderación esencial para el buen funcionamiento del gobierno", decía con optimismo-, era precisa una flexibilidad que sólo la libertad intelectual podía proporcionar.
Como continuador de la obra de Spencer, y al margen de su labor como economista, en su obra Physics and Politics (1872), Bagehot trasladó analógicamente el contenido de la segunda gran obra de Darwin —La ascendencia del hombre (The Descent of Man, 1871)— a la organización política, adoptando una perspectiva sociobiológica aparentemente determinista, aunque admitiendo la innovación. Sus ideas pueden sintetizarse en cinco grandes epígrafes:

1. La primera «función» de la política consiste en crear una «costra de costumbres», que es lo que permite a los hombres vivir juntos, otorgándoles un status, para evolucionar con el tiempo hacia un régimen de contrato.
2. La segunda consiste en moldear un carácter nacional, que viene a ser una «variación» aleatoria, como las de las especies, desencadenada por un individuo prominente que actúa como líder.
3. El progreso no es algo natural, sino excepcional. El concepto de progreso no existía en las culturas antiguas, sino que aparece por primera vez en algunas naciones europeas, acompañando al proceso de «selección natural de los Estados» por el que, a lo largo de la historia, los Estados más fuertes triunfan y los más débiles fracasan.
4. Esta fortaleza no es sólo militar, sino que deriva del avance de la civilización y depende de la innovación (de la «emergencia de variedades»). Las sociedades antiguas tienen que optar entre el Scila de congelar el pasado —maximizando la rigidez de la costra de costumbres y las leyes tradicionales— y el Caribdis de reducir su efecto al mínimo imprescindible para mantener unida a la sociedad, eliminando las restricciones que impiden la aparición de variedades.
5. Las variedades son el resultado de la tendencia permanente de la naturaleza hacia el cambio —hacia la diversificación de formas y la entropía, diríamos hoy, utilizando un símil termodinámico—. La discusión libre es la forma que han encontrado las sociedades modernas para facilitar tal diversificación, conciliando orden y progreso.
Hofstadter pensaba que el concepto de evolución de Bagehot era a priori más adecuado para explicar la realidad americana del último cuarto del siglo XIX que el de Spencer —o el del mismo Graham Sumner, por mucho que este último se formulara desde EE.UU., en diálogo con la sociología europea—. No había nada en la moral de pioneros, desarrollada al hilo de la expansión de la economía de frontera, que indujera a aceptar el determinismo spenceriano. A lo sumo, la supervivencia de los más aptos podía interpretar favorablemente, legitimar y dar cuenta de la situación del patriciado agrario bien establecido, titular de mayores explotaciones, pero no de las nuevas oleadas de recién llegados ni de las capas medias urbanas o de los pequeños granjeros, crecientemente agobiados por las deudas.
Sin embargo, mientras la organización económica se basó en la concurrencia entre una multitud de pequeñas actividades, coordinadas simplemente a través del mercado, la selección natural y la lucha por la supervivencia se admitió sin vacilación como interpretación «científica» de la realidad, como imperativo moral y como estímulo para la acción, porque resultaba plenamente funcional desde el punto de vista económico y social. Todo ello experimentaría una rápida evolución a medida que se fueran introduciendo las grandes corporaciones, en las que la imagen de la selección natural se desplazaría rápidamente, para hacer hueco al papel de los innovadores y los capitanes de industria en la obra de William James y en el Pragmatismo. Algo de esto aparecía ya en Bagehot, aunque se limitase a aplicar su idea de innovación a la aparición de variedades institucionales y políticas, de acuerdo con la lógica del imperialismo victoriano en Inglaterra.

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