4.5. Fundador del monismo

En Alemania destaca la figura de Ernst Haeckel (1834-1919), creador del monismo naturalista. Hizo enormemente popular su doctrina a través de su obra Los enigmas del universo (1899), en la que diversoso capítulos se hallan consagrados al tema de la evolución. E. Haeckel, siguiendo a Spinoza, afirmaba que la materia y la energía son dos atributos de una única sustancia: la Naturaleza infinita. Todos los fenómenos naturales se deben a leyes causales y, por ello, el proceso evolutivo, desde los estadios inferiores hasta el pensamiento humano, está sometido a la ley suprema que lo gobierna todo: la ley de la sustancia. El pensamiento humano, siendo material, tendría una conciencia rudimentaria, un alma de la que derivaría la conciencia humana. De esta manera, el ser humano no podría escapar de sus condicionamientos biológicos, e intentarlo – lo que significaba engañar a la selección natural -, conduciría únicamente a la inevitable decadencia de la humanidad.
Con frecuencia se han atribuido a Charles Darwin ideas que él promovió, incluso en el caso de que dichas ideas se hubieran originado en las mentes de otras personas. Así sucede con la recapitulación, que parece hundir sus más antiguas raíces entre los griegos de más de medio milenio antes de Cristo (véase Osborn, 1929). Durante el siglo dieciocho se expusieron algunos pensamientos tocantes a la recapitulación, pero el popularizador más famoso de la recapitulación fue el zoólogo y filósofo Ernst Haeckel (1834-1919). Él fue el partidario más destacado, dogmático y activo del evolucionismo darwinista en Alemania, pero su influencia se extendió por todo el mundo. Después de conocer a Darwin en 1866, Haeckel trató de poner no solo la ciencia, sino también la filosofía y la religión bajo un paraguas evolucionista ateo (Jenkins-Jones, 1997).
Es interesante observar que desde la década de los 1860+ se ha sabido que Haeckel había falseado sus ilustraciones empleadas para «demostrar» la recapitulación. El tratamiento más extenso de esta cuestión en inglés es el libro de Assmuth y Hull, publicado en 1915. Estos autores hacen referencia a una enorme cantidad de material que revela que los miembros de la comunidad científica habían reconocido que en su defensa de sus puntos de vista, Haeckel perpetró fraudes y falsedades de manera constante y con todo descaro. Hay denuncias claras que se remontan a 1908, a 1875, y al menos a fecha tan temprana como 1868. Muchos científicos se unieron en condenar «los métodos de Haeckel, en los ejemplos que habían quedado denunciados ... por ochenta y tres personas [un grupo de 46 y otro de 37] de buena posición en diversas ramas de la ciencia y del mundo académico, además de otros que publicaron sus condenas a título individual» (Assmuth y Hull, p. 23). Véase también Rusch, 1969. Las muchas docenas de los fraudes y falsificaciones de Haeckel tenían que ver con la embriología y con otros campos científicos.
Tanto en los tiempos de Haeckel como en la actualidad los científicos han admitido que los investigadores han de tener libertad para erigir sus hipótesis y teorías sobre la base de la evidencia empírica. Pero han reconocido de manera uniforme la impropiedad de apoyar estos conceptos mediante datos imaginarios no identificados o mediante falseamientos de los datos obtenidos o presentados ante otros. Como ejemplo de las fechorías de Haeckel, véanse las Láminas I y II (Figuras 1 y 2) procedentes de Assmuth y Hull [con los textos traducidos al castellano —N. del T.].
Las actividades de Haeckel (aparte de posiblemente su investigación científica efectiva en zoología sistemática) parecen haber estado tan estrechamente unidas a su filosofía que parece imposible separar sus acciones de sus actitudes. Por ejemplo, cuando alguien presentaba objeciones a las pretensiones embriológicas de Haeckel y de sus seguidores, estos decían:

«Esta cuestión pertenece a la embriología, y por ello vosotros, que no sois embriólogos, sois incompetentes para formaros un juicio en este tema.» Incluso si su oponente resultaba ser un embriólogo, le desacreditaban si encontraban que mantenía el más mínimo vestigio de creencia en Dios, en el libre albedrío o en el alma humana. Inmediatamente lo tildaban de teólogo, de oscurantista clerical, cuyas supersticiones dualistas le privaban del libre uso de su razón. Las páginas de Haeckel están salpicadas de esta táctica de «sentencias ex-cátedra»... (Assmuth y Hull, p. 54).

Un crítico explícito de Haeckel era J. Reinke, Profesor de Botánica en la Universidad de Kiel. En un opúsculo titulado «Lo último sobre el Haeckelismo» (Heilbronn 1908) Reinke llena siete páginas con columnas paralelas, con una que contiene «lo que dice Haeckel», y la otra, «la verdad». Da veinticuatro ejemplos de falsamientos perpetrados por Haeckel, y añade: «Estos son ejemplos tomados al azar. Sería posible multiplicarlos por muchas veces» (Assmuth y Hull, p. 31).
Pero parece que Haeckel, el divulgador, no se refrenó debido a estas denuncias, y mantuvo sus maniobras engañosas en sus años posteriores, intentando justificarse a veces afirmando que estaba siguiendo procedimientos normales en biología. Como resultado, incontables científicos y estudiantes de ciencia, incluyendo muchos autores, han sido llevados a engaño, bajo una influencia que ha ido manifestándose hasta el final del siglo veinte. Incluso a pesar de que en la actualidad muchos científicos tienden a creer que la eliminación de la «ley biogenética» fue un fenómeno que tuvo lugar entre mediados y finales del siglo veinte, incluso en 1915 ya se podía mantener la siguiente declaración, totalmente explícita:

Difícilmente se puede encontrar en la actualidad a ningún científico destacado que acepte esta ley tal como se expone. La razón de ello, totalmente convincente, es que la investigación reciente ha demostrado con claridad que las excepciones a esta ley son mucho más frecuentes que sus materializaciones. La mayor parte de las etapas por las que pasan los embriones individuales de diferentes animales no se corresponden en su mayor parte con las gradaciones que, según la teoría de la evolución, constituyen la historia del desarrollo de la vida (Assmuth y Hull, p. 98).

Probablemente, Haeckel era conocedor de estas dificultades, porque distinguió los cambios embrionarios que conducían al progreso evolutivo («palingénesis») de otras desviaciones («cenogénesis»). Pero los llamados cambios cenogenéticos son tan numerosos que no sustentan la «ley», sino que la refutan.
Algunos profesores siguen presentando la «ley biogenética» en apoyo de la macroevolución, aunque ha estado moribunda durante décadas a la luz de las enseñanzas de muchos científicos pioneros incluyendo el difunto biólogo canadiense, W. R. Thompson, que en 1956 escribió una «Introducción» para una reedición de El origen de las especies de Darwin, en la que observaba:

Cuando la «convergencia» de los embriones no resultó totalmente satisfactoria, Haeckel alteró las ilustraciones de las mismas para que concordasen con su teoría. Las alteraciones eran ligeras pero significativas. La «ley biogenética» como prueba de evolución carece de todo valor (pp. xv–xvi).

Durante los últimos años, las ilustraciones de Haeckel han vuelto a estar en las noticias debido a que algunos libros de texto en favor de la evolución han estado todavía publicando el material fraudulento de Haeckel (véase Richardson, et al., 1998).

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