7.3. Richard Dawkins y el "gen egoista"

Richard Dawkins, como intérprete moderno de la teoría de la evolución, busca también explicar las bases evolutivas del comportamiento animal y humano. Parte de la teoría darviniana de la evolución por selección natural, y afirma que ésta

“Esta es satisfactoria, ya que nos muestra una manera gracias a la cual la simplicidad pudo tornarse complejidad, cómo los átomos que no seguían un patrón ordenado pudieron agruparse en modelos cada vez más complejos hasta terminar creando a las personas. Darwin ofrece una solución, la única razonable entre todas las que hasta este momento se han sugerido, al profundo problema de nuestra existencia” Dawkins. El gen egoísta. Las bases biológicas de nuestra conducta.

Y para ello propone su teoría, la cual aparece explicada en su obra más paradigmática, el gen egoísta (1976). La novedad que introduce con esta obra es que, frente a las teorías evolucionistas clásicas, en las que el objeto de la selección natural era la supervivencia de los más aptos, él sostiene que es la supervivencia del ADN. Según esto, la selección natural se encarna en el ADN, cuyo único objetivo es reproducirse a sí mismo. Por consiguiente, lo único que tiene realmente importancia es el gen.

“El gen es una unidad que sobrevive a través de un gran número de cuerpos sucesivos e individuales” Richard Dawkins.

El organismo no es más que un soporte provisional para el gen. En palabras de R. Dawkins, “… un cuerpo es el medio empleado por los genes para preservar los genes inalterados”.
Lo central en su tesisi es la supervivencia de los genes más complejos, sofisticados y fuertes. Así, R. Dawkins considera al ser humano “una máquina de supervivencia, cmo vehículo autómata programado a ciegas con el fin de preservar las egoístas moléculas conocidas con el nombre de genes”.
Ello le conduce a afirmar que el comportamiento humano es naturalmente egoísta. En sus palabras:

“El planteamiento del presente libro es que nosotros, al igual que todos los demás animales, somos máquinas creadas por nuestros genes. De la misma manera que los prósperos gánsters de Chicago, nuestros genes han sobrevivido, en algunos casoso durante millones de años, en un mundo altamente competitivo. Esto nos autoriza a suponer ciertas cualidades en nuestros genes. Argumentaré que una cualidad predominante que podemos esperar que se encuentre en un gen próspero será el egoísmo despiadado. Esta cualidad egoísta del gen dará normalmente, origen al egoísmo en el comportamiento humano. Sin embargo, como podemos apreciar, hay circunstancias especiales en las cuales los genes pueden alcanzar mejor sus objetivos egoístas fomentando una forma limitada de altruismo a nivel de los animales individuales”.
“El individuo es una máquina egoísta, programada para realizar cualquier cosa que sea mejor para sus genes considerados en su conjunto”.

Por consiguiente, R. Dawkins afirma que, aún en los supuestos en los que inicialmente se piense que se está actuando de un modo altruista, ellos es, sin embargo, debido a que, en última instancia, tal actuar es el que, en esos supuestos concretos, mejor responde a los impulsos egoístas innatos. En este sentido, concluye afirmando:

“… por mucho que deseemos creer de otra manera, el amor universal y el bienestar de las especies consideradas en su conjunto son conceptos que, simplemente, carecen de sentido en cuanto a la evolución. (… Una advertencia de que si el lector desea, tanto como yo, construir una sociedad en la cual los individuos cooperen generosamente y con altruismo al bien común, poca ayuda se puede esperar de la naturaleza biológica”.

Un ejemplo de ello es cómo concibe la facultad de procrear. En concreto, define el papel de la mujer a este respecto como “una máquina programada para que haga todo lo que está en su poder para propagar copias de los genes que lleva en su interior”.
La postura de R. Dawkins, propiamente evolucionista, niega cualquier carácter trascendente y teleológico a la naturaleza humana. Niega la existencia de diferencias cualitativas entre el ser humano y los demás seres vivos, inclinándose por la defensa de una continuidad entre el reinbo animal y el humano. Afirma en este sentido:

“Nosotros somos máquinas de supervivencia, pero “nosotros” no implica solamente a las personas. Abarca a todos los animales, plantas, bacterias y virus. Es muy difícil determinar el número total de máquinas de supervivencia sobre la Tierra y hasta el número total de las especies es desconocido. (…) Los diferentes tipos de máquinas de supervivencia presentan una apariencia muy variada tanto en el aspecto exterior como en sus órganos internos. (…) [Sin embargo], todos somos máquinas de supervivencia para el mismo tipo de reproductor, las moléculas denominadas ADN. Hay muchas maneras de prosperar en el mundo y los reproductores han construido una vasta gama de máquinas para prosperar explotándolas”.
En este punto R. Dawkins va, incluso, más allá que otros autores y afirma la prioridad de algunos animales sobre ciertos humanos en función de lo que él define como su capacidad de sentir:

“El sentimiento de que los miembros de nuestra especie merecen una consideración moral especial en comparación con los miembros de otras especies, es antiguo y se encuentra profundamente arraigado. El hecho de matar personas, excepto en la guerra, es un crimen juzgado con mayor severidad entre los cometidos comúnmente. (…) Un feto humano, sin más sentimientos humanos que una ameba, goza de una reverencia y protección legal que excede en gran medida a la que se le concede a un chimpancé adulto. Sin embargo, el chimpancé siente y piensa y, según evidencia experimental reciente, puede ser aún capaz de aprender una forma de lenguaje humano. El feto pertenece a nuestra propia especie y se le otorgan instantáneamente privilegios y derechos especiales debido a este factor”.

Para R. Dawkins, todo gira en torno a la idea de supervivencia del ADN, según la cual la categoría ser humano se difumina ante al del gen. Consecuentemente, los no bien constituidos genéticamente deben ser eliminados, en cuanto que están llamados a desaparecer según las leyes de la evolución, ya que sus genes no son los más fuertes. Y añade:

“Todo lo que necesitamos creer es que aquellos individuos cuyos genes fabricaron cerebros de tal forma que tienden a juzgar correctamente tendrán, como resultado de ello, mayores posibilidades de sobrevivir y, por tanto, de propagar aquellos mismos genes”.

Por consiguiente, en sentido contrario puede deducirse que aquellos individuos cuyos genes no fabrican cerebros que juzguen correctamente, tendrán que sucumbir. Con otras palabras, los portadores de genes débiles están destinados a desaparecer, en cuanto que tales genes carecen de valor.
Frente a estas posturas – que conducen de manera inevitable, aun reduccionismo inhumanista – podemos decir que la existencia humana no se reduce a una lucha por la supervivencia de los más aptos. La presencia del hombre en el mundo no es un mero sobrevivir, sino que es un existir, habiendo un abismo infinito entre ambos conceptos.

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