4.2. Racismo evolucionista

Este mismo razonamiento era aplicable a la concepción de Haeckel sobre las diferentes razas humanas. Al igual que Darwin, Haeckel creía que las diferentes razas eran desarrollos evolutivos, y que en cuanto tales, algunas eran más avanzadas que otras. A diferencia de Darwin, Haeckel creía que el pináculo de la evolución había sido alcanzado en Alemania, no en Inglaterra. Pero el núcleo del razonamiento era el mismo. Dado que los seres humanos, en cuanto producto de una evolución materialista, no comparten un alma racional, las diferentes razas (en cuanto ramas diferentes desarrolladas a partir del árbol de la evolución) manifiestan distintas habilidades intelectuales y morales. De hecho, Haeckel pensaba que las diferencias entre razas eran mucho más pronunciadas que lo que Darwin creía, puesto que “las diferencias morfológicas entre dos especies generalmente reconocidas – por ejemplo, ovejas (…) y cabras – son de mucha menor importancia que las que existen entre un habitante de Papúa y un esquimal, o entre un hotentote y un hombre de la raza teutónica”. De ahí se derivaban consecuencias morales directas, como “las grandes diferencias de mentalidad y civilización entre las razas de hombres de estatura más elevada y las más bajas (…) no se valoran lo suficiente (…) el valor de la vida en sus diferente niveles se valor de forma incorrecta”. Las diferentes gradaciones evolutivas conllevan diferentes valoraciones de la dignidad de los miembros de cada raza. Según Haeckel, las “razas inferiores (tales como los vedas o los negros australianos) están psicológicamente más cerca de los mamíferos (monos y perros) que de los europeos civilizados”; en consecuencia, “debemos (…) asignar un valor totalmente diferente a sus vidas”. Esta reevaluación del valor de las diferentes razas era necesaria precisamente porque la “brecha existente entre la mente racional del hombre civilizado y el alma animal y sin juicio del salvaje es enorme – más grande que la que separa a estos últimos del alma del perro”. Difícilmente podría haberlo dicho con palabras más duras.
Hay que recordar que Haeckel se consideraba miembro de la raza más dotada, porque eran precisamente los alemanes los que se habían separado en mayor medida de “la forma primaria más común que tienen los hombres de rasgos simiescos”. Eran por tanto precisamente los alemanes los que, habiendo ascendido al peldaño más elevado de la escalera evolutiva, estaban “sentando las bases de un nuevo período de desarrollo mental más elevado”. Por eso eran tan importantes la superioridad racial y la pureza alemanas: porque el mestizaje, especialmente con las razas que se encuentran en el extremo inferior del espectro evolutivo, degradaría la “especie” teutónica. Para Haeckel y los monistas, la nación-estado representaba la forma natural de organización unificada de la raza, puesto que (así argumentaban) la nación-estado no es más que el resultado de un apareamiento realizado según criterios raciales. Consiguientemente, la unificación y el aislamiento del pueblo germánico en cuanto la “especie más elevada de la humanidad se convirtieron en un objetivo supremo tanto científica como políticamente, y el bien del individuo quedó subordinado al bien de la raza y determinado por ese estado definido en base a criterios raciales. Solamente a partir de esa unificación y ese aislamiento podrían los rigores de la selección natural purificar y elevar la raza teutónica.

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