4.10. Los fraudes de Ernst Haeckel

La inverosímil Monera

Años antes Haeckel también había postulado la existencia de un antecesor único para todas las formas de vida terrestre, que llamó Monera. Entonces no existía la biología molecular y Haeckel imaginaba que un proto-organismo debía carecer de organización: sería una masa informe de albúmina, sin núcleo ni organoides, de la cual tendría que haber brotado toda la maquinaria celular.
Haeckel le dedicó a la Monera más de setenta páginas, incluyendo treinta dibujos en los cuales llegaba a imaginar hasta el ciclo reproductivo. Tan convincente fue que el propio Huxley creyó haber descubierto Moneras en el limo marino. Ya les había puesto por nombre Bathybius haeckelii, cuando un análisis químico reveló que se trataba apenas de yeso precipitado en alcohol. Nadie volvió sobre el tema.

El eslabón perdido

En El origen del hombre, Darwin les había atribuido un origen común a los simios y al hombre, pero había sido muy cauteloso a la hora de establecer genealogías, ateniéndose a la escasez de registros fósiles.
En cambio Haeckel, que popularizó la fórmula “el hombre viene del mono”, postuló que sólo faltaba encontrar algún “eslabón perdido” en la cadena evolutiva que los unía. Sin poder imaginar el frondoso árbol genealógico que luego desplegaría la paleontología, volvió a dejarse llevar por el pensamiento lineal.
Entre todos los que salieron a buscar el eslabón (hubo quienes lo bautizaron Archipithecus y hasta “Homo stupidus”) estuvo Haeckel, quien postuló el Pitecanthropus alalus, el hombre-mono sin habla. Popularizó el dibujo de una pareja de Pitecantrópidos a quienes mucho más tarde Von Koenigswald caracterizó como el matrimonio perfecto: nunca discutían...
Con el tiempo, la búsqueda del eslabón único fue abandonada, en cuanto al fósil de Java se lo reclasificó como Homo erectus, el Neanderthal pasó a ser un sapiens y el fósil de Piltdown resultó un fraude.
Mientras tanto, Haeckel seguía inventando. En 1908 el biólogo Arnold Brass reabrió la cuestión del fraude en un artículo titulado “El problema de los monos. Nuevas falsificaciones del Prof. Haeckel”. Esta vez, el acusado no encontró mejor estrategia que politizar la polémica. Publicó dos solicitadas en los diarios, donde admitía algunas “inexactitudes” pero acusaba a Brass de estar al servicio de los creacionistas de la Keplerbund y de los elementos reaccionarios del gobierno.

Monistas y Keplerianos

Dos años antes, Haeckel había fundado su Liga Monista (Monistenbund), que ya contaba con 6000 socios en Alemania y Austria. La Liga era más que una sociedad científica; era una usina ideológica que, dejando atrás al cauto agnosticismo de Darwin, pretendía convertir al darwinismo en una suerte de religión, teniendo por dogmas el panteísmo y el monismo materialista. Brass, por su parte, pertenecía a la Liga Kepleriana (Keplerbund) que aglutinaba a los científicos protestantes.
La consulta pública lanzada por Brass fracasó. Haeckel redobló la apuesta y convocó a la comunidad científica para que se definiera a favor o en contra del darwinismo. Obtuvo muchas adhesiones, aunque la mayoría se limitó a afirmar que con la “ley embriogenética” no se jugaba el destino de la selección natural.
En su Antropogenia de 1897, Haeckel ya había admitido “con profunda pena” que un 8% de sus ilustraciones eran “imprecisas” (es decir, trucadas) pero se justificaba diciendo que el dibujo siempre es impreciso. No era una buena excusa. La fotografía y las técnicas digitales han permitido más y mejores fraudes, a la medida de la deshonestidad del autor. Si no, que lo diga el coreano Hwang Woo-suk, protagonista de falsas clonaciones.

El eslabón encontrado

Se suele afirmar que cuando Hitler llegó al poder proscribió tanto a la Liga Monista como a la Antroposofía de Steiner. De hecho, los nazis no admitían la competencia, y no vacilaban en desembarazarse de quienes habían sido sus aliados ideológicos.
Si desde George Mosse se venían señalando las vertientes ocultistas del nazismo, en Los orígenes científicos del Nacionalsocialismo (1971) Daniel Gasman puso de relieve las fuentes pseudocientíficas. De este modo, la Liga Monista de Haeckel aparece como el eslabón que une al racismo de Gobineau y Chamberlain con esa “ciencia racial” de la cual dictaba cátedra Hans F. K. Günther en Jena y otros aplicaban en Auschwitz.
Es sabido que en la obra de Darwin (aunque no en la de Russel Wallace) se encuentran expresiones racistas. Pero en todo caso el “darwinismo social” pergeñado por Spencer “apenas” apuntaba a justificar el colonialismo y la explotación.
Con Haeckel (que acuñó el perverso slogan “la política es biología aplicada”), el racismo se convirtió en cambio en una agresiva ideología. Su conjunción con el populismo völkisch y la exaltación teosófica de la raza aria alimentó la receta nazi. Fue así como la “lucha por la vida” desembocó en Mi lucha. La guerra era vista como un conflicto racial y la eugenesia era imperativa para evitar la degeneración de la raza, tanto como la eliminación de los minusválidos. Las masacres del siglo XX comenzaron a incubarse en este clima: no olvidemos que hasta el socialista H. G. Wells proponía confinar a los débiles mentales en remotas islas.
La Liga Monista también acusaba al cristianismo de pervertir al orden natural, porque no hacía distinciones raciales y proponía reemplazar las fiestas cristianas por el culto al Sol de los antiguos arios. Haeckel enseñaba que la “cuestión judía” era un problema racial y que “las extrañas costumbres” de los judíos eran intolerables para el pueblo alemán. Sólo encontró resistencia en científicos como el anatomista Gegenbauer o en el filósofo Paulsen.
El último avatar del monismo de Haeckel fue un grupo esotérico vienés, los “Ariosofistas”, que encontraron en Haeckel la justificación “científica” de la superioridad racial nórdica. Uno de ellos, Jörg Lanz, colaboraba con la revista de los monistas. Más tarde, fundó su propia publicación, que tuvo a Hitler entre sus lectores.

El pariente incómodo

Con semejantes antecedentes de falsario y genocida potencial, Haeckel es una figura incómoda, de la cual lo más rescatable resultan ser los dibujos. Los biólogos se cuidan de recordar que ni sus falsificaciones ni su supuesta ley comprometen al darwinismo.
Por supuesto, el tramposo Haeckel es el blanco ideal para la Creation Science, el movimiento político norteamericano que tanto ha contribuido a confundir las ideas. La misma condena aparece en algunos foros islámicos, reflejando cierta simetría de los fundamentalismos.
Apoyándose en los fraudes de Haeckel, los creacionistas terminan por echarle a Darwin la culpa del Holocausto, y cargan las tintas inventándole una imaginaria condena por fraude. Los neonazis son tan torpes que ni siquiera se molestan por reivindicarlo.
Pero sin duda los que más molestos están con Haeckel son los panteístas. En una página del “Panteísmo Científico” (sea eso lo que sea) se presenta a Haeckel como una “monstruosa paradoja”. Si bien se lo exalta como un “valiente crítico del cristianismo”, se lo execra como antisemita. Al parecer, lo primero es políticamente correcto y lo segundo (todavía) no.
Si el lector (crea en lo que crea, o bien en nada) repara en cuáles eran las críticas que Haeckel le hacía al cristianismo, se dará cuenta de cuánto le debían los nazis. En su ideología no había lugar para los derechos humanos, una de las pocas cosas que (todavía) todos dicen respetar. Hoy, Nietzsche ha sido blanqueado por los posmodernos, que culpan de todo a su malvada hermana, a Hitler (que había heredado su bastón y se abrazaba a su busto) y a los comunistas de la RDA que escondieron sus manuscritos.
No vaya a ser que a alguien se le ocurra jugar al transgresor para volver a la carga con el tema de la desigualdad (y no de la diversidad) humanas. No faltan quienes pagarían por encontrar un ideólogo que justifique la exclusión social, aunque más no fuera para hacer un best-seller.

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